Crónicas Ultralocales por José A. Martinez Ramos

 

EL PUERTO DE ROTA                                                                                                 

El puerto de Rota es de origen antiquísimo, tanto que sus primeras noticias se pierden en las nieblas de la historia, si bien, en opinión de notables y destacados investigadores, su construcción se remonta a los tiempos del esplendor de Tartessos o a los inicios de las colonizaciones griega, púnica o romana.

En efecto, las grandes piedras de cantería escuadradas del muelle  viejo, que muchos roteños hemos conocido ya con sus caras lamidas y sus aristas redondeadas por los embates del mar durante siglos, atestiguan una antigüedad plurisecular, que posiblemente se remonte a muchos cientos de años antes de nuestra Era, y aunque estas piedras se hallan hoy sepultadas bajo grandes bloques de hormigón arrojados sobre ellas para hacer de rompeolas, ahí permanecen, ocultas y calladas, guardando los secretos de su lucha contra el mar y el tiempo.

Lo cierto es que los escasos datos que conocemos sobre la primitiva construcción de nuestro muelle son en su mayor parte indirectos, ya que los pocos cronistas e historiadores que se han ocupado de él en sus relatos lo han hecho de forma accidental y anecdótica, si bien, en cualquier caso las noticias aportadas han servido cumplidamente para formarnos una idea aproximada de su andadura como puerto de refugio de las embarcaciones vecinas y escenario de múltiples avatares históricos.

Empezando por los estudios que atañen a épocas más antiguas, lo que no necesariamente significa que sean los primeros en el tiempo, hemos de recordar, ya a mediados del siglo XVIII, al erudito Bartolomé Domínguez, que decía, refiriéndose a nuestro pueblo, que en Rota estuvo el puerto naval llamado Tartessos, junto a los desemboques del brazo oriental de Betis, concretado así su ubicación.[1]

Por otra parte, José Chocomeli, abundando en este extremo, hacía notar que Astaroth era el nombre primitivo de Rota, uno de los puertos de acceso a Asta Regia, considerada la capital de Tartessos. En el mismo sentido se pronunciaba don Pedro Barbadillo[2] en su obra Alrededor de Tartessos,[3] cuando sitúa en nuestra localidad el naval  o arsenal de dicha ciudad. Vemos, pues, cuan reiteradas es entre los estudiosos la opinión de que los orígenes de nuestro puerto se pierden en los albores de la historia.

Otros autores, sin embargo, le dan una filiación griega. Tal es el caso de Juan Carandell, 1925, que incluso encuentra similitud entre el puerto de Ampurias, Gerona, y nuestro muelle viejo, sin que falte tampoco quien haya ubicado en nuestra población el Puerto Gaditano que citan las geografías romanas.

Del resto de la Edad Antigua no poseemos gran información. En nuestro caso no se ha encontrado ningún Bronce de Lascuta ni ninguna inscripción o lápida que nos hable de Rota o de su puerto durante la dominación romana. Sin embargo, considerando el gusto de los romanos por las obras públicas y la favorable disposición de la ensenada roteña, nada hubiese sido de extrañar que la hubieran dotado de alguna infraestructura portuaria, que no hubiese sido otra que nuestro muelle, lo cual explicaría su utilización y funcionamiento durante muchos siglos.

Durante la Alta Edad Media y la dominación islámica persiste la carencia de información. Según apunta nuestro paisano Francisco Ponce, los pueblos bárbaros, y particularmente los visigodos, enzarzados además en continuas luchas internas, no prestaron nunca al mar la atención que merecía. Ello explica que durante este periodo las poblaciones costeras sufriesen una dura crisis, producto del abandono general y las circunstancias políticas del momento.

Aunque más marineros que los godos, tampoco parece que los musulmanes  contribuyesen mucho a elevar el nivel económico de nuestra comarca, si bien bajo su dominio Rota se configura como etapa de la ruta marítima Algeciras-Sevilla, primera noticia documentada de una cierta actividad portuaria en nuestra población, aunque no tenemos noticias de que emprendiesen grandes trabajos en la misma, ni sabemos de atarazanas u otras obras de esta naturaleza. Cádiz, al parecer, era entonces una modesta aldea de pescadores, y sus relaciones con nuestro pueblo debían hallarse reducidas a las propias entre poblaciones de economía semejante. Sin embargo, la existencia en nuestro suelo de una rábida o ribat, castillo o monasterio fortificado para la defensa de la costa, apunta a que había algo que defender, y que ese algo no podía ser otra cosa que un buen puerto abrigado por un viejo muelle.

Tras la definitiva conquista cristiana en tiempos de Alfonso el Sabio, las comunicaciones marítimas con las localidades cercanas, y singularmente con Cádiz, en las que el puerto roteño y su muelle debieron jugar un papel destacado, debieron adquirir mayor importancia, pues no debemos olvidar que en aquella época las antiguas vías de comunicación terrestre de época romana sufrían ya un abandono secular, por lo que los intercambios se hacían preferentemente por mar. A tal efecto, no podemos menos que recordar cómo, tras la reorganización territorial llevada a cabo por el Rey Sabio después de la sublevación de los mudéjares (1264), y ante las quejas de los alcaldes roteños de que no podían cruzar la bahía en invierno para llevar las alzadas a Cádiz, replicó que, cuando no se pudiese pasar la mar, podían bordear la bahía por tierra, lo que no hace sino confirmar la preponderancia de la vía marítima sobre la terrestre.[4]          

En la época del descubrimiento de América el puerto roteño debía hallarse en relativo buen estado, como parece deducirse de su participación en la fugaz visita de los Reyes Católicos a nuestra población en 1477, pues, según la crónica, vinieron navegando desde Sevilla, pasando por Sanlúcar, para concluir viaje en Jerez. Con todo, la primera noticia documentada en que se habla ya expresamente de un muelle en nuestra población data del año 1527, y se trata de una declaración hecha por don Luis Ponce de León, señor de Villagarcía de la Torre, Zahara, Mairena, etc., sobre las obras y reparaciones necesarias del muelle que hizo en esta villa dentro de la mar porque de ellas se esperaban mucho provecho en las rentas de esta villa y crecimiento de los vecinos, cuya obra había costado más de seis millones y medio de maravedís.[5]

Anteriormente, en 1516, se conoce sobrecarta del emperador Carlos para que se cumpliese y guardase la carta ejecutoria de los Reyes Católicos de 28 de marzo de 1503 por la que se otorgaban a la Corona los derechos de Almojarifazgo y carga y descarga de esta villa, cuyo muelle, según escribe el erudito Hernando Colón, hijo del Almirante, en 1517, era de lo mejor que había en esta costa.

Pronto, sin embargo, llegaron las dificultades, el abandono y la decadencia, sobre cuyo particular se conocen asimismo en 1537 unas cartas del licenciado Labarrera a don Juan de Saavedra, tutor del duque de Arcos, y otros, sobre las conferencias que habían tenido con los arrendadores de las rentas del Almojarifazgo y de los derechos de embarque y desembarque y una relación de la orden que siempre se había tenido en la cobranza del Almojarifazgo en esta población y en Chipiona, en que se noticiaba que cuando don Luis hubo tomado los dichos Almojarifazgos había veinte chalupas de descargadores y mucho trato y puerto, y a la sazón no había sino el muelle hecho pedazos,[6] noticia que concuerda con la que ofrece Agustín de Orozco en 1589 en su Historia de la ciudad de Cádiz, entre cuyas páginas encontramos la siguiente descripción de nuestra localidad

El sitio de esta villa de Rota es llano; parte de él está cercado, y tiene una mediana fortaleza. Por el oriente fenecen sus últimas casas, y por el mediodía sobre la playa del mar, y hácese una ensenada y razonable portezuelo en la parte que mira a Cádiz, que le fuera muy provechoso al lugar si no hubieran dejado perder un buen muelle de piedra, que le hacía abrigo hacia el vendaval, el cual se va ya casi desbaratando todo, y por eso perdiérose el portezuelo, que era de mucho albergue a los barcos cuando hay tormenta o moros en la costa.

Con todo, aún quedaba bastante puerto en la segunda mitad del siglo XVII, en que el cronista mercedario fray Pedro de San Cecilio escribía en sus Anales en 1669 sobre el muelle que en esta villa persevera, a quien no han podido arruinar las injurias de tan larga carrera de siglos, ni los horribles y casi constantes golpes con que el mar lo combate. Añadiré, a título anecdótico, que fray Pedro era ferviente defensor de la tartesidad de Rota, y que el muelle era para él testimonio palpable de que nuestra población, y no otra, había sido la celebrada ciudad de Tartessos.

Curiosamente, sobre estas fechas, y más concretamente en 1678, visitó estas costas un buque británico, uno de cuyos tripulantes tuvo la iniciativa de hacer un dibujo de nuestra villa, que se conserva en el Public Record Office, de Londres,[7] reproducido por nuestro paisano Francisco Ponce en Rota y el Rosario bajo el título La más antigua vista de Rota, en el que se muestra con gran realismo la perspectiva de nuestro pueblo desde el mar, tomada desde un punto aguas afuera de la prolongación del muelle, pudiendo apreciarse claramente el castillo, la parroquia de la O, el convento de la Merced, el molino de viento que dio nombre a su pago, las murallas y otros edificios, así como el propio muelle y las embarcaciones acogidas al mismo.

A esta misma época, siglo XVII, corresponden dos planos del puerto de nuestra villa que se conservan en el Archivo General de Simancas,[8] pertenecientes a dos proyectos que no se hicieron realidad, pero que ponen de manifiesto que, al igual que hasta hace pocos años, el muelle era una preocupación constante para el Ayuntamiento que, además, debía correr con su mantenimiento.

En 1702, con ocasión del desembarco anglo-holandés durante la guerra de Sucesión, nuestro muelle jugó un papel decisivo, ya que fue utilizado por los invasores para desembarcar parte de sus fuerzas y para embarcar el vino, la carne y demás bienes fruto de la rapiña y saqueo.

Mediado el siglo XVIII, en 1755 se produjo el terremoto de Lisboa y consecuente maremoto, en el que nuestro muelle, combatido de frente por las gigantescas olas del tsunami, quedó arrasado y convertido en un montón de piedras, juguete de la furia de las aguas. Esto dio lugar a que se multiplicasen los proyectos, irrealizables para una localidad de nuestras características por su elevado coste, no obstante los arbitrios solicitados, y conseguidos  ocasionalmente, del Consejo de Castilla.

Finalmente, el 31 de diciembre de 1774 se dio lectura a una real provisión de fecha 9, manifestando haberse servido S. M. aprobar los arbitrios propuestos por los diputados del Común y Gremio de Mareantes de esta localidad para hacer frente al importe de las obras del muelle hasta su conclusión.

Con todo, los trabajos, llevados a cabo de forma intermitente, no finalizaron hasta 1797, en que, hallándose próximos a concluir, el 19 de agosto manifestó el señor gobernador al Ayuntamiento la inscripción que tenía pensado fijar en la obra nueva, de todo lo cual, inteligenciados los regidores, acordaron de conformidad que el citado texto se escribiese y estampase en la lápida que habría de colocarse en uno de los extremos del muelle, poniéndose en el otro las armas de la Villa junto a las de la Casa de Arcos, titular del señorío.

Según el Boletín de la Real Academia de la Historia,[9] esta preciosa lápida, de una vara en cuadro, era de mala piedra caliza, hallándose en 1896 bastante dañada por los aires salinos. El texto, vertido al castellano, decía así: “Edificada para resguardo se acabó la obra de esta fuerte valla para la seguridad de la barra del puerto, siendo reyes de las Españas y de las Indias el señor don Carlos IV y la señora doña María Luisa, también de apellido y sangre de Borbón, por el licenciado don Antonio Basilio Martínez Gil, noble ciudadano de Regina, capitán a guerra de Cádiz y presidente de los cabildos de Justicia y Regimiento de esta villa nobilísima de Rota y gobernador de su castillo, relator de los Reales Consejos de Derecho Público en España, y también académico en ellos. Hagan rico emporio de este puerto las naves que a él acudieren, y al amparo de tan fuerte dique no teman las grandes olas. En el año 1797 el Cabildo Municipal y los alcaldes ordinarios, don José Mateos y don Sebastián Ruiz dedicaron esta honrosa inscripción al Mérito y a la Justicia.” Respecto a la obra, hemos de reseñar que esta se hallaba desplazada unos metros hacia el interior y que su longitud había quedado reducida a unos cien metros, estando rematado en punta redonda.

Por aquellos años el muelle roteño hubo de hacer frente a varias de las numerosas contingencias bélicas en que se vio envuelta España, tales como los combates de San Vicente y Trafalgar. De este último se conserva una curiosa carta enviada por Gravina a don Juan Joaquín Moreno, recogida por Lourdes Márquez Carmona en su obra Trafalgar y el pescador de náufragos, que dice que

“en la guerra pasada tenían los buques de este apostadero el recurso para abrigarse de los temporales de atracarse al muelle. En el día es impracticable este medio porque se ha formado un banco de arena a su pie, de tanta extensión y altura que no permite que flote ninguna embarcación sino a mareas muy vivas”.

De todos es bien conocido el funesto desenlace de la batalla de Trafalgar, aunque quizás algo menos que, invadida la provincia por los franceses, el puerto roteño participó activamente  en el asedio francés a Cádiz, sirviendo de base a la marina corsaria del Rey Intruso.

Los años siguientes a la invasión francesa fueron de grandes dificultades en todos los órdenes, lo que repercutió también en el estado del muelle, sometido a constantes reparaciones bien intencionadas, pero ineficaces para contener el estado de ruina en que paulatinamente se iba sumiendo. Así, hallándose en 1833 la parte interior y exterior del muelle llenas de piedras y escombros que entorpecían el atraque de las embarcaciones, de lo que resultaban diariamente daños de consideración en los fondos de las mismas, con las consiguientes quejas de sus patrones y propietarios, en agosto del dicho año se procedió a su limpieza, quedando el muelle más o menos limpio de piedras.

En 1836 se procedió a una nueva reconstrucción, que si no sirvió para ampliar su longitud, al menos permitió su supervivencia por unos años más y, como no podía ser menos, estando para concluirse las obras, el 23 de diciembre se acordó colocar en el mismo una pirámide en que se expresase el año en que se había ejecutado, el nombre del monarca y los arbitrios que lo habían costeado, cuya inscripción fue la siguiente:

"Reynando en España la Católica Majestad de D.ª Isabel Segunda de Borbón y en su Real nombre la Reyna Gobernadora D.ª María Cristina, su dignísima madre y Regente del Reyno por la Cortes Generales de este año durante la minoría de su excelsa hija, se reparó este muelle a costa del público con los arbitrios concedidos en real orden de ocho de Noviembre de mil ochocientos treinta y dos, y bajo los auspicios de una Municipalidad celosa del bien de sus Compatricios. = Año de mil ochocientos treinta y seis, Era Segunda de la restauración de la Monarquía Española".

Hasta el año 1837 no se tiene noticia concreta de una luz que guiase a los navegantes que arribaban a este puerto, y más concretamente de la existencia de una pilastra colocada en el extremo del muelle, en cuyo remate había una farola que servía de guía a las embarcaciones. Fue precisamente la retirada de esta farola lo que dio lugar en octubre de dicho año a una queja producida por los prácticos de esta matrícula, lo que dio pie a que se ordenase al Ayuntamiento su reposición si no existía imposibilidad absoluta, en cuya inteligencia acordó el Ayuntamiento pedir informes al comandante general de este distrito sobre si, colocado el farol en otro punto, produciría iguales efectos que si se situase en su anterior emplazamiento.

Por otra parte, en enero de 1848 aconsejó el asentista de las obras del consolidación y reparación del muelle que se hiciese reconocimiento de la escollera que se había proyectado formar a lo largo del muro del lado sur del muelle, a fin de que se hiciese, no separada, sino próxima al mismo para su mejor construcción y solidez, siguiendo el trazado del tramo formado anteriormente.

Años más adelante, en 1859, fue el ayudante militar de Marina de este distrito el que el 19 de marzo se dirigió al Ayuntamiento manifestando la imposibilidad que había de proceder al embarque del pasaje en las grandes mareas si no era en la misma punta del muelle viejo, debido a lo sucio que se hallaban sus fondos, de todo lo cual enterada la Corporación, acordó solicitar de la Ayudantía una noticia del costo aproximado a que podría ascender su limpieza, cuyo dato consideraba indispensable para poder determinar lo procedente sobre el asunto.

Volviendo sobre el tema del faro, reconocida por el Gobierno en 1860 la conveniencia de establecer en este puerto un faro que advirtiese de los inconvenientes que ofrecían estas costas, con cuyo auxilio y la luz del faro de San Sebastián se marcase bien a los navegantes la entrada del puerto de Cádiz, acordó el Ayuntamiento el 18 de marzo hacer presente al señor gobernador que aquel era el único sitio que quedaba utilizable para los embarques cuando bajaba la marea, por lo que, de ocuparse, perjudicaría al tráfico marítimo de esta población, significándole asimismo que este pueblo y su Ayuntamiento se obligaban a subvencionar con 300.000 reales la prolongación del expresado muelle, entendiéndose dicha obra hasta la extremidad de la línea de piedras que se hallaba a continuación del existente, sin que en ningún caso, y cualquiera que fuese la aportación del Estado, correspondiese a esta población abonar más de los 300.000 reales que iban ofrecidos.

Nada se hizo sobre el particular, de modo que, deseando el Ayuntamiento facilitar el desembarque de los pasajeros en las horas de bajamar y evitar el peligro que ocasionaba el que tuviesen que verificarlo por la escollera, mandó el 4 de marzo de 1886 colocar una escalera de hierro en el extremo del muelle en la parte del sur por precio de 1.000 pesetas.

Del muelle roteño de esta época, aparte de algunas postales antiguas, se conserva la siguiente descripción, debida a la pluma de don José Navarrete Vela-Hidalgo en su novela “María de los Ángeles”, publicada en 1883:

“Imagínate, lector, una C de ocho leguas de contorno; al extremo de la cabeza está Cádiz, al extremo del pie la villa de Rota, montada sobre peñascos en el pie de la C, punta de aquella costa.

El vértice del ángulo que forma dicha punta es el muelle, y las casas del pueblo se despliegan por los lados, coronando una playa al norte y otra al oeste. El muelle viejo es pequeño, y se sale a él por un arco que un tiempo fue parte de la muralla, de que sólo quedan escasas ruinas; a derecha e izquierda del arco se notan, sobre las piedras, vestigios de antiguos baluartes, y en un pretil que corre por el borde de la costa y cierra con la línea de edificios el paseo de Las Almenas, se lee todavía en una losa Batería de Salazar.

Al muelle viejo se agregó años atrás una calzada de 80 m de longitud en su parte recta y de 20 m. en la curva, redondeada por su extremo. La anchura de la calzada es de 10 m, y está empedrada por el centro, enlosada por la orilla y cerrada por la parte que mira al sudoeste con un paredón de metro y medio de alto, con asientos de piedra pegados al muro de trecho en trecho.

A las escalas de la calzada atracan los botes cuando la marea lo permite: en la bajamar desembarcan los pasajeros en el arrecife de peñas que avanza más que la calzada, y saltando de una a otra, llegan a tierra, rara vez con la fortuna de no haber hecho, por lo menos, una genuflexión.

A la izquierda del arco hay una taberna, llamada Tienda del Muelle, con su pórtico delante de la entrada. Allí se reúne a beber cañas de manzanilla y medios vasos de flin flan la gente de la mar, cuyos individuos sin excepción, patrones o marineros, tienen sus apodos. El curioso que visite con frecuencia el muelle, seguro que en uno u otro día oirá llamar a gritos a Curasao, a Vivito, a Lucero, al Pansúo, a Cachorro y al Mellizo.

Existen a la derecha del arco tres o cuatro habitaciones bajas, contiguas, cada una con sus poyos a uno y otro lado de la puerta; la primera es propiedad de un antiguo patrón, dueño de tres faluchos, perteneciendo las restantes, una a los carabineros y otra a la cuadrilla de gallegos cargadores.

A fin de que se forme cabal idea del muelle de Rota, modelo bellísimo para un pintor de marinas, imagínese el lector a los carabineros sentados junto a sus mujeres en los poyos de la puerta de su habitación cuartel; a los chiquillos retozando con un perro de aguas que sabe hacer  el ejercicio; […] a varios matriculados tomando cuatro cañas de vino y disputando a lo marinero en el pórtico de la tienda de enfrente; junto al arco a los vendedores de pescado pregonando con descompasados gritos las mojarras, los garapellos y los lenguados que colean en los esportones; unas cuantas sacas de paja junto al paredón de la calzada; más allá unas pilas de canastas de tomates, y después una pirámide de melones; un barco atracado al muelle cargando barriles de tintilla; quince o veinte faluchos y otros tantos botes balanceándose sobre las ondas al abrigo de la calzada; dos o tres calafates carenando el casco de una embarcación sobre el empedrado del muelle, y todo esto bajo una bóveda espléndida y sin celaje, desde cuyo alto cénit derrama un sol refulgente raudales de fuego en un mar tranquilo, descubriéndose en la costa la cinta arenosa de la playa, y a lo lejos en el horizonte, las altas y nacaradas torres del caserío de Cádiz, resguardado por la doble hilera de los gallardos mástiles de los buques anclados en su bahía”.

Desde 1883, año en que se escribieron estas páginas, el aspecto y extensión de nuestro muelle han cambiado bastante. A los carabineros sucedieron a finales de siglo los artilleros de la desaparecida batería, y a estos los marinos de las Defensas Portuarias y hoy el hotel Duque de Nájera; sobre el solar de la antigua “tienda del muelle” se levantó a principios del siglo XX la casa del torrero o farero, también desaparecida, en cuyo emplazamiento se alza hoy el moderno faro, en tanto que sobre el arco de la muralla se instaló, también a principios del siglo XX, la linterna del antiguo faro.

Igualmente, las habitaciones bajas de la derecha se han convertido, pasados los años, en el actual restaurante “El Embarcadero”, cuyo precursor fue el conocido Alonso Camacho, divulgador del plato “urta la roteña”. Tampoco se pregona ya a voz en grito el pescado junto al arco, sino que se comercializa en las modernas instalaciones de la Lonja y de la Cooperativa de Pescadores, mientras los paseantes se refrescan en los bares instalados en el interior del recinto y los marineros reparan sus redes en los cuartos contiguos. Como telón de fondo, en el horizonte urbano, las moles del castillo y la parroquia conservan, restaurados, su peculiar fisonomía, y sobre ellos, sólo el cielo permanece inalterado bajo el sol, hoy azul, mañana nublado y amenazante. Hoy como ayer y como mañana.

En los años 30 del pasado siglo XX, comenzaron las obras de ampliación siguiendo el plan de puertos de la Dictadura de Primo de Rivera, con la adición de otros 200 metros de línea de atraque, y aunque su calado seguía siendo escaso e inexistentes los medios de carga y descarga, sirvió durante años para atender todo el movimiento de cabotaje y el tráfico de bahía que se desarrollaba en nuestra población y el derivado de la importación del pescado procedente de Ceuta y Marruecos que llegaba a esta villa con destino a la desaparecida fábrica de conservas de don José León de Carranza, hasta que su aterramiento hizo imposible el mantenimiento de la actividad, si bien en los años 50 se redactaron  algunos proyectos que no llegaron a buen fin.

Y así lo hemos conocido roteños y foráneos hasta los años 90 del pasado siglo XX, en que, como sección dependiente del Puerto de la Bahía de Cádiz, se han realizado importantes mejores en su infraestructura portuaria que la han dotado de la amplitud requerida, con buenos abrigos y nuevas líneas de atraque fijas y flotantes, así como un relleno con amplias zonas de servicio y un acceso directo a través de la avenida San Juan de Puerto Rico[10], si bien anteriormente se había dotado a nuestro puerto de un nuevo faro, que vino a sustituir al  construido en 1907 sobre el arco del muelle, estando en servicio desde 1980.

La terminación de estas instalaciones náutico-deportivas de Rota coincidió en el tiempo con la celebración del Campeonato Mundial de Vela 1992, popularmente conocido por Mundo Vela 92, que permitió su inauguración, dándosele el evocador nombre de “Astaroth”, uno de los antiguos nombres atribuidos a nuestra Villa, y consolidando a la Bahía como marco idóneo para la práctica del deporte náutico.

Como hemos podido apreciar, el puerto roteño ha sufrido a lo largo de los muchos años, siglos, de su existencia numerosos altibajos, con momentos de gran esplendor y épocas de gran decadencia. Tal vez por eso, quizás sea oportuno recordar aquí que las empresas marineras han sido siempre inseguras y que,  si en otros tiempos aun no muy lejanos era de lamentar su estado de abandono, hoy podemos congratularnos de nuestras nuevas instalaciones portuarias y mirar el horizonte con confianza, evocando aquella expresión que campea como leyenda en el escudo de París: “Fluctuat, nec mergitur”, “Oscila, pero no se hunde”.

 Mesa redonda en la Jornada de El Muelle de Rota por José Antonio Martínez Ramos.


  • [1] Reflexiones sobre la opinión del P. Enrique Flórez que niega la identidad de Asta con Jerez, Sevilla 1754, citado por F. Ponce Cordones, Speculum Rotae.
  • [2] En busca de Tartessos, Valencia 1940. Id.
  • [3] Sanlúcar, 1950. Edición facsímil.
  • [4] Orozco, A. de, Historia de la ciudad de Cádiz. Edición de la Universidad de Cádiz. 
  • [5] Concretamente 6.743.642 maravedís, a los que Concejo roteño había contribuido con 800.000. Hizo esta declaración por cuanto el duque de Arcos, su hijo, se había convenido con él en que lo hiciese y que él pagaría el coste. Su fecha en Guadajoz, a 4 de julio (A. H. N., Nobleza, Osuna, Libro 19, p. 39. Asimismo, A. H. N., Nobleza, Osuna, 183,81)
  • [6] A. H. N., Nobleza, Osuna, libro 19, p. 50.
  • [7] Mapas y planos, I-32 (Ref. Calderón Quijano, J. A., Las defensas del Golfo de Cádiz en la Edad Moderna.)
  • [8] 1614. Guerra antigua, 793 y Mapas, planos y dibujos, XXI-47. Asimismo, Servicio Histórico Militar 016-131.
  • [9] Volumen 29, 1896, p. 269-270. El calco de esta lápida fue realizado y remitido a la Academia por don Agustín Gómez, correspondiente de la misma en Jerez de la Frontera.
  • [10] Proyecto del Gabinete de Estudios INTECSA e integrado por dos diques que se cierran en una bocana de setenta metros de ancho orientada hacia el Noreste, un calado en bajamar viva de 3,50 metros. El abrigo de poniente, dotado de rompeolas con bloques de hormigón y construido sobre el antiguo muelle José María Pemán, tiene una longitud de 660 m., y el de levante es un contradique de piedra de 430 m. de largo, y entre ambos se encuentra la escollera que divide el área abrigada en las dos dársenas ya referidas, terminando en una isleta con muelle de combustibles. La superficie total del puerto es de unas 11 Ha.

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