El Brosque y otras veredas
Gallera Bernal

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«Nos han dado la tierra». Es el primer capítulo de «El Llano en llamas» de Juan Rulfo. «Uno ha creído a veces, en medio de este camino sin orillas, que nada habría después: que no se podría encontrar nada al otro lado… Pero sí hay algo», escribía. Y esa es la realidad que crece como un murmullo desde las más hondas aguas subterráneas que recorren el pago de El Brosque. Aquí sí hay orillas, campos de Aguadulce mirando al mar. Aquí sí hay algo. La tierra. Tierra sin lluvia. De secano. Fértil y áspera. Esa tierra que nos viene dada. Heredada. Continuando una tradición, como esos antiguos romances que se contaban unos a otros durante las noches de insomnio.

Gallera Bernal recoge el testigo para mostrarnos nuestras raíces. Cómo se cultiva de memoria, boca a boca, para que se mantenga fiel a sí misma y no desaparezca. Vestigios de una forma de ser que ya no será, pero que todavía se mantiene y está en nuestras manos que no se pierda en el recuerdo.

Esperanzas intactas que se bifurcan en otras veredas, en otros caminos. Como los inmensos haikus de German Ricote: «Desde la sombra de su sombrero roto, fluyen certezas». Firmes. Inamovibles ante los vientos del sur, sean de poniente o de levante, de norte o sur. Como esas manos, con nudos rugosos. Con callos y estrías. Las mismas que delatarían a Scarlett O´Hara ante la mirada taimada de Rhett Butler. Pero esto no es ficción, sino pura realidad. Y la cámara no sólo muestra trabajos. Oficios casi olvidados. Mayetos, pastores, esquiladores y criadores de gallos. Son vidas paralelas. «La vida en minúscula», que diría Alfred Polgar, se convierte en mayúscula.

El rumor del oleaje se funde con los balidos de las ovejas y el intenso olor de los corrales, como una especie de sintonía sin fin. Mar y campo. Dos ecosistemas opuestos fundidos en uno. Como padre e hijo. Unidos al son de las maquinillas de trasquilar. Movimientos como fragmentos musicales con el mismo tono.

Galleros. De ley con aura furtiva. Un submundo cerrado, que contemplamos con mirada indiscreta, traspasando su corazón. Ese que palpita el doble durante la lucha. Sin olor a muerte. El desprestigio es no hacer honor a su nombre. El gallo combatiente español alardea altivo de linaje de siglos. Salvajes. Traídos por los guerreros de Atila y cruzados hasta convertirse en una única raza. Descubrimos a los criadores que perpetúan la selección de la especie.

La tierra es siempre la misma. El arte de adiestrarla ancestral. Con el objetivo de la cámara de Gallera Bernal, quedará para siempre. «El Brosque y otras veredas» es más que un proyecto fotográfico. Es nuestra identidad cotidiana. Sin artificios ni preámbulos.

Aquí, en Rota, os damos la bienvenida.
 

Archivo: El Brosque y otras veredas

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