EN TORNO AL CASTILLO DE LUNA
PROEMIO
Sin duda el Castillo de Luna constituye el primer edificio civil de nuestra villa, no sólo por los valores artísticos que evidentemente posee, sino por la importancia histórica que ha tenido para nuestra localidad desde la época musulmana, hasta el punto de haberle dado su nombre: Rábita Ruta, el “fuerte del camino o de la frontera” [1] según los más de los eruditos.
Tal protagonismo hubo necesariamente de ejercer su influencia sobre la heráldica de la Villa ya desde los primeros momentos de la conquista cristiana, plasmado en un escudo, orlado de la inscripción “fortitudo in inmensitaten”, en el que se le representa como una torre sobre el mar, de cuyas almenas cae un puñal. Evidentemente, leyenda y mobiliario hacen referencia a la figura de Guzmán “el Bueno”, primer dueño señorial de la Villa a partir de 1295.
Mejor documentado parece el blasón procedente de los antiguos bancos parroquiales del siglo XVI, en que el castillo, ahora sin puñal, se nos muestra posando sobre el mar y rodeado de la leyenda “Et vox tonitrui tui in Rota” (el eco de tu trueno en derredor), salmo bíblico alusivo, al parecer, a la llamada “Cuba de Rota”, fenómeno natural frecuente en este lugar por los alrededores del referido siglo.
Las posteriores representaciones heráldicas siguen manteniendo el castillo, diferenciándose únicamente en detalles mínimos, tales como la disposición del mar, la forma del propio edificio, ora en forma de torre única, ora en forma de castillo torreado, ya directamente sobre el mar, ya posando sobre un islote, presentando una disposición muy similar a la actual, con excepción del rosario que hoy ostenta en su bordura, incluido en 1969.
Pero no ha sido sólo el protagonismo heráldico lo que ha conservado la memoria de nuestro castillo, pues afortunadamente para los roteños, y a diferencia de otros lugares en los que no queda más que el recuerdo o, a lo sumo, un montón de piedras, el castillo roteño, que ha sido símbolo del poder señorial, almacén de materiales, granero, prisión, cuartel, colegio, hospital y residencia particular, ha llegado hasta nuestros días en sus elementos esenciales, en los que, ya en manos municipales, se ha convertido en Palacio Municipal y sede del Ayuntamiento de esta Villa, reverdeciendo así viejos laureles atesorados a lo largo de su dilatada historia.
UN POCO DE HISTORIA
Al igual que ocurre con una parte importante de los castillos y fortalezas que jalonan la geografía hispana, espléndido legado de pasadas generaciones, los orígenes de nuestro castillo-palacio se pierden entre las nieblas de la historia, careciéndose de los datos necesarios que expliquen su nacimiento, sobrado indicio, en opinión de sesudos eruditos, para estimarlos como antiquísimos, y como tales podemos calificar, a nuestro parecer, la fundación de este edificio, tanto por su valor artístico, como por la influencia decisiva de su existencia en la vida e historia roteñas.
Cierto es que no han faltado bienintencionados historiadores o eruditos, foráneos o locales, que hayan dado muestras de su interés por nuestro castillo, dedicando numerosas páginas al elogio de tan singular construcción, plenas de entusiasmo y admiración, recopilando fechas o evocando épocas pasadas, entrevistas apenas entre las nieblas del pasado remoto, tanto más vagas e imprecisas cuanto más nos alejamos de la historia actual, atribuyéndole en ocasiones orígenes más o menos fabulosos, ya fenicios, griegos o tartesios, no faltando quienes proponen la existencia en este lugar de alguna almenara, torre o faro de origen romano previa a la llegada de los musulmanes.
Más crédito nos merece, sin embargo, aquellos que atribuyen su fundación a los califas abadíes en torno al siglo IX, tras el huracán vikingo que arrasó por completo la zona en el año 844, robando los pueblos y degollando con bárbara crueldad a todos cuantos caían en sus manos.
Para evitar futuros desastres y saqueos de estos normandos, se establecieron a lo largo de la costa atlántica puestos de centinelas o vigías, que acogían a voluntarios que hacían en ellos periodos de “ribat”, es decir, de retiro espiritual y adiestramiento militar, para la vigilancia de la “tierra del Islam”, cuya existencia han dejado su recuerdo en la toponimia, como es el caso de nuestra villa.
Otros, en cambio, atribuyen su origen a los almorávides, cuya llegada a Al-Ándalus promovió el relanzamiento del espíritu de ribat, cuyo número se vio incrementado mediante la construcción de nuevas rábitas y la consolidación de las ya existentes.
Sea lo que fuere, no era por entonces Rota sino un saliente despoblado de la costa baja y solitaria del litoral atlántico andaluz, batido por abrasadores levantes y húmedos ponientes, lugar apartado y propicio para el ejercicio de aquellas prácticas de ribat tan propias de la religiosidad islámica que floreció intensamente en la España musulmana de la época.
A tan solitario lugar se llegaron un buen día un grupo de morabitos. Escogieron para su asiento una leve altura a la orilla del barranco, sobresaliente apenas sobre el terreno circundante. Desbrozado que fue el lugar, abrieron prestamente la somera zanja, cuyo perímetro, hábilmente trazado según precisas coordenadas dictadas por el tiempo y la costumbre, había de marcar el de la nueva fundación.
Construido que fue que el talud a modo de cimiento, recrecieron sobre él los gruesos muros, apisonando el tapial entre dos sólidos muretes de sillarejos previamente levantados a tal efecto hasta llegar a la altura requerida; perfeccionaron luego los elementos ofensivos y defensivos del nuevo asentamiento, colocaron los merlones en torno a la parte superior de las nuevas murallas, trazaron adarves y escaleras, y sobre la soberbia torre de poniente, desde donde la llamada del almuédano congregaba a los fieles a la oración, tremolaron al viento la enseña de la media luna en señal de posesión.
Poblada la nueva fortaleza, no tardó en nacer a su amparo un pequeño poblado, habitado primeramente por los propios obreros y alarifes venidos para la obra, levantado en torno al castillo para hallar más pronto refugio en caso de ser atacados. Más adelante, a medida que la población crecía, la falta de espacio obligó al caserío a extenderse hasta ocupar todo el espacio comprendido dentro del recinto de la cerca.
Así, mezcla de atalaya y ermita, castillo y convento, nació la Rábeta Ruta tan celebrada por las crónicas musulmanas, etapa, según al-Idrisi del itinerario costero entre Algeciras y Sevilla[2], “
lugar al que acostumbran a ir en peregrinación los santos que hacen vida eremítica”, según Ibn Arabí, que la visitó hacia 1197, de la que dijo el alfaquí Ibn Habib que “a quien se hace morabito en ella y practica el ayuno le son perdonadas sus faltas durante sesenta años”[3]
Según al-Himyari, al suroeste de Jerez
“a una distancia de seis millas, se encuentra, a la orilla del mar, la fortaleza de Rota. Es un lugar de ribat donde van a vivir gentes de vida ascética; acuden allí de todas las regiones”. La noticia, más anecdótica que descriptiva, añade la existencia en el lugar de “un pozo con el fondo de guijarros, cuya agua es incomparable; es un pozo de construcción antigua, que data de la antigüedad; se puede descender hasta el nivel del agua para subirla. Siempre que hay gente en Rota y se reúnen allí en ribat el nivel del pozo sube y el agua aumenta, de tal forma que se puede sacar el agua a mano simplemente a la altura del suelo del alrededor y sin el menor esfuerzo; cuando los visitantes se van y ya no queda mucha gente el agua baja de nivel tal que hace falta toda la cuerda del cubo para alcanzar el agua”.[4]
Asimismo una descripción anónima de al-Ándalus de mediados del siglo XIV amplia que el citado pozo tenía una escalera por la que se podía descender a pie o a caballo desde su comienzo hasta el último peldaño, a cuyo nivel se encontraba el agua, añadiendo que conforme aumentaba el número de peregrinos el nivel subía peldaño a peldaño hasta llegar incluso al superior, donde podía cogerla con la mano quien lo desease, descendiendo de igual manera al decrecer la población.[5]
Escasos restos, si algunos, parecen haber llegado hasta nosotros de este primer asentamiento roteño, sobre cuya extensión no poseemos por desgracia dato alguno.[6]
En cualquier caso, y siguiendo las indicaciones de Leopoldo Torres Balbás en su “Rábitas hispanomusulmanas”,[7] se trataría de lo que este autor denomina “ribat con cerca”, es decir, un espacio amurallado que además del castillo o recinto propiamente militar contenía las viviendas de la población.
Iniciada la conquista castellana, las primeras escaramuzas se produjeron ya en el siglo XII bajo el reinado de Alfonso VII. No sería, sin embargo, hasta el reinado de Fernando III el Santo cuando, tras la toma de Sevilla, la zona del Guadalete entraría dentro del área de influencia castellana por medio del vasallaje.
No obstante, muerto el rey, nuestro castillo volvería a manos musulmanas durante la rebelión mudéjar en 1264, aunque por breve tiempo, para ser definitivamente ocupado por Alfonso X, si bien el pase a manos castellanas no significó, contra lo que pudiera parecer, el fin de las dificultades para los nuevos vecinos y repobladores, puesto que la situación se encontraba aún bastante lejos de hallarse consolidada, dado su carácter fronterizo y los diversos ataques musulmanes, que la pusieron en trance de despoblarse.
En todo caso, en torno a 1295 Rota y su término pasó a manos de don Alonso Pérez de Guzmán, “el Bueno” por donación de Sancho IV.[8]
Quizás por esta causa, otra tradición, ya cristiana, atribuye la iniciativa de construcción del castillo al citado don Alonso,[9] que probablemente sería su primer impulsor con el propósito de levantar una fortaleza segura desde donde poder vigilar y defender sus dominios territoriales, manteniéndolos libres de toda emboscada y prevenidos ante cualquier posible asalto, si bien permanecería en sus manos poco tiempo, ya que unos ocho años más tarde se incorporaría a los dominios de los Ponce de León como dote de boda de su hija Isabel con don Fernán Pérez Ponce.
Por ello no falta quien opina que lo actualmente existente debe ya corresponder a la época del ya citado don Fernán Pérez o de su hijo y sucesor don Pedro I Ponce de León, al que le sería confirmada por el rey Alfonso IX el 6 de agosto de 1349 la propiedad de villa y castillo
“por juro de heredad, con todos sus términos, pastos, con todas sus pertenencias, que de derecho había de haber en cualquier manera, con todo el señorío real, con la justicia, con la escribanía, con las alcabalas, y con todos los derechos y rentas que a dicho señor Rey pertenecían, para que todo lo hubiese el referido don Pedro Ponce, sus herederos y sucesores, salvo moneda forera, mineros de oro y plata y otros metales, y la Mayoría de la Justicia.” [10]
Este castillo fue residencia de los titulares del señorío durante sus ocasionales estancias en Rota, sirviendo asimismo de vivienda al gobernador de la villa y de Casa Capitular hasta la construcción del nuevo Ayuntamiento sobre el arco de la Villa en 1750, y entre sus muros se celebraban los cabildos abiertos, convocados al son de campana tañida desde la torre del homenaje o de la Vela.
Especialmente importante para la historia de nuestra población y su castillo fue el periodo de gobierno señorial de don Pedro III Ponce de León, primer conde de Arcos de la Frontera (1374-1448) último cuarto del siglo XIV y primera mitad del XV, pues a él se debe por una parte la adaptación de este castillo como residencia señorial y la construcción del patio y las pinturas murales conservadas, entre las que se encuentra el escudo de armas de su esposa, doña María de Ayala, y por otra, porque en su testamento se cita a Rota por primera vez con el título de “Villa”, ya que en los anteriores aparecía como “lugar”. Desgraciadamente no podemos afinar de momento una fecha más concreta, a la espera de posteriores hallazgos documentales.[11]
Asimismo hemos de reseñar la estancia en el castillo en 1399 de este don Pedro, que gustaba de descansar en nuestra población de sus afanes guerreros atraído por su clima, durante la cual firmó entre los muros de su castillo la donación del convento de Regla a los agustinos, en lo que entonces era término de Rota. Asimismo participó en las luchas nobiliarias de su tiempo, lo que dio lugar en 1444 a una ocupación temporal de nuestra villa por el bando rival.
Por último, hallándose en nuestra villa, redactó en el verano de 1443 las cláusulas del mayorazgo que instituyó con sus bienes, entre los que se contaban Rota y sus almadrabas, muelles y pesquerías, a favor de su hijo don Juan, que sería segundo conde de Arcos y primer marqués de Cádiz por merced de Enrique IV.
Le sucedió el citado don Juan, que tuvo por huéspedes en el castillo en 1466 al duque de Medina Sidonia y a diversos caballeros de Jerez y Sevilla partidarios del infante Alfonso, proclamado rey en la llamada “farsa de Ávila”, albergando asimismo la fortaleza a los rehenes entregados por la ciudad de Jerez como garantía del concierto firmado entre los referidos conde y duque y la citada ciudad.
En 1477 mando “hacer sala don Rodrigo Ponce de León, señor de esta Villa y alcaide de Jerez, al duque de Alba; marqués de Villena, conde de Benavente y a otros muchos nobles y caballeros que acompañaron a los Reyes Católicos”, que se habían asomado a la bahía gaditana con el fin de apaciguar las banderías de los grandes señores de la Baja Andalucía, que tenían ensangrentada sus tierras desde mucho tiempo atrás, lo cual conseguido, constituyó un importante factor en la marcha de los acontecimientos que culminaron en la conquista del reino nazarí de Granada.
En este castillo nació el 26 de agosto de 1528 don Luis Cristóbal Ponce de León, II duque de Arcos, hijo de don Rodrigo II Ponce de León, y de doña María Téllez Girón, que murió de sobreparto entre sus muros el 14 de septiembre.
Nuestro castillo de Luna constituyó un elemento importante en la línea de fortificaciones de la costa gaditana, tan amenazada por las correrías de los corsarios turcos y de sus correligionarios de Berbería, que llegaron a ofender con sus proyectiles los muros de la catedral de Cádiz, y a quemar la capitana del futuro marqués de Santa Cruz surta en la playa de esta localidad, sin que la guarnición pudiese hacer nada por impedirlo por falta de medios.
Durante la guerra de Sucesión la Villa y el castillo fueron ocupados en 1702 por las tropas anglo-holandesas, que se vieron obligadas a abandonarla en breve plazo ante el acoso de las fuerzas españolas, no sin haber causado antes grandes destrozos.
Ya en época moderna albergó en 1808 a un contingente de prisioneros franceses capturados en la batalla de Bailén, a pesar de la vigorosa protesta del administrador de la señora duquesa de Benavente y Arcos, propietaria del inmueble y dueña señorial de esta población[12]. Posteriormente sirvió de alojamiento al ilustre escritor Pedro Antonio de Alarcón, que presumía de ser capaz de describirlo piedra a piedra, y que situó en nuestra villa la acción de su obra “El libro talonario”. Corría el año de 1877.
Desaparecido el señorío, siguió formando parte de las propiedades de la Casa de Osuna, deteriorándose paulatinamente hasta llegar a amenazar ruina, hallándose ya a finales del siglo XIX en total estado de abandono, temiéndose por la estabilidad de su estructura, lo que no fue óbice para que sirviese de acuartelamiento a uno de los cuerpos expedicionarios destinados a Cuba en 1898.
En tal estado permaneció hasta el año 1909 en que, sacado a pública subasta por los obligacionistas de la casa de Osuna, fue adquirido por el marqués de San Marcial en precio de 15.000 pesetas, el cual realizó importantes reformas para adaptarlo a residencia de verano, trabajos que se prolongaron durante varios años.[13]
Sin embargo, un nuevo cambio de manos y destino muy diferente aguardaban a la vieja fortaleza. Así, en los años 40 del pasado siglo XX se presentó un nuevo comprador, aunque con fines muy distintos a los del anterior propietario: instalar en el castillo un colegio para niños pobres y un hospital municipal bajo la denominación de Colegio de San Ramón y Hospital de San José, regentados por las Hijas de María Auxiliadora, establecimientos ambos de que la localidad se hallaba muy necesitada. El importe satisfecho por el adquiriente, don José León de Carranza, fue de 200.000 pesetas, suma muy importante en aquellos años. De esta forma, en manos el castillo de la Fundación Carranza, se vio trocado el lejano sonido de las armas por la paz y silencio de las salas hospitalarias de su planta noble, y el anterior bullicio cortesano por las alegres voces de los numerosos alumnos que, año tras año, pasaron por sus aulas, permaneciendo el edificio en ambos usos hasta que se fueron trasladando a otras instalaciones más modernas y capaces, primero el hospital en 1978, y posteriormente el colegio en 1982.
Entretanto, y a la muerte del señor Carranza, la fortaleza, excluida la capilla, había pasado en 1963[14] a manos municipales en cumplimiento de sus disposiciones testamentarias, y sobre su futuro inmediato comenzaban a plantearse numerosos interrogantes.
El cese de la actividad escolar supuso para el castillo el comienzo de un proceso de deterioro sólo comparable al experimentado en la segunda mitad del siglo XIX, cuyos estadios finales, recogidos por Gestoso en sus “Apuntes”, pusieron a la fortaleza en trance de arruinarse irremediablemente, lo que nuevamente hizo temer el cumplimiento de las pesimistas impresiones del erudito sevillano, aunque con casi un siglo de diferencia.
En esta situación permaneció hasta los años noventa del pasado siglo, en que, ya en manos del Ayuntamiento la totalidad del edificio tras la adquisición de la antigua capilla, hoy Salón Capitular[15], se reacciona de un modo eficaz ante esta situación de abandono, iniciándose una labor consecuente y racional de restauración y reacondicionamiento que fuera destruyendo lo anacrónico y restableciendo en lo posible la fisonomía peculiar y característica de la antigua fortaleza, actuando a tal efecto en tres frentes diferenciados dentro de un plan fijado de antemano, a saber: restauración de las murallas exteriores y demolición de construcciones parásitas adosadas a las mismas; rehabilitación del patio interior y demás elementos originales del castillo, tales como las dos estancias de la torre del homenaje o el pasaje acodado del torreón inmediato a la entrada el Salón Capitular por la calle de la Cuna; restitución de elementos desaparecidos a partir de los restos conservados, y reconstrucción de obra nueva de la antigua “zona de vivienda” del castillo-palacio, muy alterada tras su adaptación a los distintos usos experimentada por el edificio a lo largo del siglo XX.
La actuación sobre las murallas se inició con la retirada del talud de defensa de la zona libre de añadidos de la plaza de Bartolomé Pérez, que afectó también a dos de las tres caras del de la torre de la Alianza[16], seguida de la limpieza del paramento del muro, recubierto por una gruesa capa de enlucido, y con un tímido ensayo de restitución de la merlatura, reemplazada posteriormente por el almenado actual. Asimismo se llevó a cabo el cerramiento de la puerta de acceso al desaparecido hospital de San José y el ajardinamiento de la zona recuperada tras la desaparición de la plataforma que precedía a dicha entrada, donde se ubica hoy el monumento a Bartolomé Pérez.
Posteriormente, a partir de 1991, se procedió a la demolición del cuerpo anterior situado delante de la fachada de la calle Cuna a principios del siglo XIX, así como del teatro y salón de actos adosados a la fachada de la calle Fermín Salvochea en los años 50 del pasado siglo, quedando al descubierto una parte significativa de la muralla original y la puerta principal de entrada al recinto, situada en la calle Cuna.
No fue este el único descubrimiento, por cuanto la progresiva limpieza de los muros condujo al hallazgo de otra puerta, sin duda tapiada de antiguo, situada en el paramento del torreón norte, inicio de una entrada en recodo simple con salida al ángulo norte del patio de armas, elemento defensivo de origen bizantino frecuente en las construcciones militares hispano-musulmanas del siglo XIII.
La última fase consistió en la eliminación de las construcciones adosadas a la muralla en la plaza de Bartolomé Pérez y calle de Fermín Salvochea, lo que permitió la recuperación de una parte importante de la zarpa o terraplén de defensa de la fortaleza, permitiendo apreciar su disposición original. La demolición de estas edificaciones permitió además la apertura de un nuevo acceso entre las citadas calle y plaza, dejando asimismo exento el perímetro del castillo, al que se dio el muy apropiado nombre de “callejón del Castillo”.
Simultáneamente se estaba procediendo a la restauración del patio de armas, cuyo estado de conservación era bastante deficiente, tanto por haberse tabicado con cristaleras varias crujías en ambas plantas para convertir el espacio resultante en aulas o comedores, como por amenazar ruina varias arcadas del ángulo sur, cuyas techumbres se habían venido abajo, además de hallarse abrazadas materialmente por los tallos de una frondosa buganvilla, gracias a cuyo precario apoyo se mantenían aún en pie.
Esto, unido a la degradación de la piedra, que es muy franca, obligó a consolidar las expresadas arcadas antes de proceder a la restauración propiamente dicha, en cuyo proceso se repusieron los techos de los claustros y se colocaron en su emplazamiento original los restos del antiguo antepecho calado conservados en el coronamiento de la torre de la Alianza, completándose el conjunto en ambas plantas con elementos modernos fabricados a partir de los primitivos. Asimismo, la limpieza del paramento interior del muro contiguo al hoy Salón Capitular permitió la localización y posterior reconstrucción de una parte del interesantísimo zócalo pintado que adornaba la parte inferior de los muros de la planta baja, que se hallaba oculto bajo una gruesa capa de argamasa. Esta fase se completó con la instalación de las solerías y de una fuente central, que ocupa el emplazamiento de una frondosa palmera hoy desaparecida.
Juntamente con la recuperación del patio de armas se procedió a la de las dos estancias de la torre de homenaje, actuales “Costurero de la Duquesa” y “Aula de Temas Roteños”, habiendo sido especialmente laboriosa la de esta última debido a los problemas que presentaba el mal estado de la bóveda de ladrillo enmascarados bajo una gruesa capa de enlucido.
Resumiendo podemos decir que el estado actual de nuestro castillo palacio de Luna no es, tras su restauración y rehabilitación, sino el resultado de su dilatada historia, a lo largo de la cual se han ido sucediendo las diversas épocas con la consiguiente acumulación de los respectivos estilos artísticos, siendo quizás en el pasado siglo XX cuando el recinto experimentó las mayores transformaciones, especialmente en el proceso de adaptación para colegio y hospital, no obstante lo cual, entre los tabiques, acristalados y capas de enlucido y cal permanecían aún las huellas de un pasado hoy felizmente recuperado, unas veces a través de la restauración, y otras de la reconstrucción, culminando el 20 de marzo de 1999 con su inauguración como Palacio Municipal Castillo de Luna, sede actual del Consistorio de la Villa, orgullo de los roteños y deleite para todos aquellos que lo visitan.
Llegados a este punto, sería difícilmente disculpable omitir que la actual restauración y adecuación a usos municipales son el resultado del decidido interés del alcalde don Felipe Benítez Ruiz-Mateos, secundado en todo momento por la Corporación Municipal que presidía.
A su iniciativa se debieron, a partir de 1987, las obras de exploración, derribo de construcciones parásitas, consolidación y restauración, proseguidas casi sin solución de continuidad durante los años siguientes, gracias a lo cual se logró la recuperación de aquellos elementos antiguos que sufrían las secuelas del abandono, tales como esa joya del arte hispano-musulmán que constituye el patio de armas y las propias murallas.
Conferencia dada por José Antonio Martínez Ramos en el Salón Multiusos del Palacio-Castillo de Luna el 9 de octubre de 2014.
- [1] “Propiamente es fuerte de frontera, porque Ríbata y Ríbete eso significa”. Conde, J. A., Descripción de España de Xerif Aledris, conocido por “el Nubiense”, con traducción y notas de don Josef Antonio Conde, de la Real Biblioteca, Imprenta Real, Madrid, 1799, p. 202. (Edición facsímil, Guillermo Blázquez, editor, Madrid 2003)
- [2] “De las Alcántaras a Rábeta Ruta ocho millas.” Conde, J. A., Descripción de España de Xerif Aledris, conocido por “el Nubiense”, con traducción y notas de don Josef Antonio Conde, de la Real Biblioteca, Imprenta Real, Madrid, 1799, p. 41. (Edición facsímil, Guillermo Blázquez, editor, Madrid 2003)
- [3] Al-Zurhi, (m. d, 1154): Kitab al-Yu’rafiya, traducción de D. Bramón: El mundo en el siglo XII. Estudio de la versión castellana y del “original” árabe de una Geografía Universal: El tratado de al-Zuhri, Barcelona, 1991, págs. 157-161, recopilado por Juan Abellán Pérez El Cádiz islámico a través de sus textos, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cádiz, págs. 51-52. Al-Malik ben Habid falleció en el año 835, lo que permitiría datar la existencia del ribat roteño en torno al siglo IX o incluso antes.
- [4] Al-Himyari: Kitab ar-Rawd al-Mi’tar, trad. por M. Pilar Maestro González, Valencia, 1963, págs. 211-212. recopilado por Juan Abellán Pérez El Cádiz islámico…, págs. 78-79
- [5] Dikr bilad al-Andalus (segunda mitad del siglo XIV o XV) edición y traducción de L. Molina: Una descripción anónima de al-Ándalus, Madrid, 1983, II, 70, 73, recopilado por Juan Abellán Pérez: El Cádiz islámico…, pág. 86.
- [6] Según los Annales de la Orden de Nuestra Señora de la Merced, de fray Pedro de San Cecilio, impresa en Barcelona en 1669, hasta mediados del siglo XVII existió delante de la puerta de la iglesia del convento de la Merced un pozo de características semejantes al descrito, que según este autor, se cegó para proseguir la obra de la citada iglesia. También Juan Antonio de Estrada en su Población General de España, vol. 1, p. 441, describe este pozo en 1768, indicando que se bajaba al mismo por dos brocales de treinta y tres escalones, si bien para aquel entonces el pozo ya no debía existir.
- [7] Al-Ándalus XIII (1948) p. 475-491.
- [8] Las circunstancias que rodean este pase a manos señoriales son muy confusas. Según la crónica musulmana de Ibn Abi Zar, el 13 de mayo de 1285 nuestra villa fue atacada por sorpresa por los musulmanes que se hallaban acampados ante Jerez, ciudad a la que tenían sitiada desde abril, los cuales mataron a cierto número de sus habitantes, volviendo a su campamento con la presa. Posteriormente, el 8 de septiembre de 1285 el rey Sancho IV hizo merced a la villa del almadraba de su término para “velas, escuchas y atalayas”, siendo este el último documento que conocemos sobre Rota hasta 1295 en que la encontramos en manos de Guzmán, el Bueno, por lo que no faltan historiadores que apuntan a que el término de nuestra villa formaba parte del de Sanlúcar de Barrameda y fue poblada por don Alonso. Sobre esto se hizo en 1803 una averiguación en el archivo de la Casa de Medina Sidonia sin llegar a ninguna conclusión definitiva, pues si por una parte se apunta a la pertenencia de Sanlúcar, en el mismo expediente, Sección Nobleza del Archivo Histórico Nacional, leg. 183-1, f. 16 v., se dice que “la villa de Rota no fue poblada por don Alonso Pérez de Guzmán, como se cree, después que el rey don Fernando el IV hizo merced de Sanlúcar de Barrameda con sus pobladores, términos y pertenencias en la era de 1335, sino que ya lo estaba en la era de 1323, esto es, doce años antes, como se ve por la merced que el rey don Sancho hizo a los vecinos y moradores de Rota del Almadraba que estaba en su término”.
- [9] Don Alonso Pérez hizo en esta tierra que le dio el rey tres castillos en cierto sitio donde pareció en otro tiempo haber habido población. El uno se llamaba y llama Rota, que está sobre el mar Océano, poco más de dos leguas de la isla de Cádiz, y por las señales y cimientos antiguos mostraba haber sido de no pequeña población. (Pedro de Medina, Crónica de los Duques de Medina Sidonia. “Colección de documentos inéditos para la historia de España”, v. 39, p. 106.)
- [10] Sección Nobleza del Archivo Histórico Nacional, leg. 183, doc. 3.
- [11] Testamento de don Pedro Ponce de León. 9 de enero de 1448. “E más, que labré la posada e fortaleza de la mi villa de Rota e de Bailén, e la posada de Mairena e las casas de Sevilla, que me costó todo lo que así labré en todos los dichos lugares e casa de Sevilla que pertenecen al dicho mi mayorazgo más de treinta y cinco mil florines de oro. (AHN, Nobleza, Osuna, C. 183, D.1 (A-B)) (Cfr. Carriazo Rubio, J. L. La Casa de Arcos entre Sevilla y la Frontera de Granada (1374-1474), Universidad de Sevilla-Fundación Focus-Abengoa, Sevilla 2003, p 136-138).
- [12] Idos los franceses en 1812, la duquesa de Benavente y Arcos solicitó del rey en 1814 licencia para vender el castillo, pretextando que ya era “de mero gravamen antes de la actual guerra por la reparación de que no podían prescindir los poseedores, y con la entrada de los Ejércitos Franceses ha sido tanto lo que ha padecido que ya sólo quedan las paredes”. El rey solicitó información a la Villa sobre varios particulares en este asunto, sin que conste nada más en la documentación. El hecho de que permaneciera en manos de la casa de Osuna hasta su venta en subasta pública indica que, o bien no se hizo nada sobre el particular, o la venta no fue autorizada. (Sección Nobleza del Archivo Histórico Nacional, Osuna, CT. 3, D. 20-1)
- [13] Sobre este particular escribe el roteño Francisco de Paula Campos: “En la fortaleza encerrada en el recinto murado, levantada a muy corta distancia de la Puerta del Mar, advertíanse antes de que la adquiriese y restaurase el señor Marqués de San Marcial, restos de reformas y ampliaciones hechas en su interior y exterior en épocas diversas. La fantasía popular se la ha imaginado levantada sobre oscuras mazmorras, espaciosas galerías y laberínticos pasillos en combinación con caminos subterráneos que facilitasen su salida; la han llamado y aún la llama, no sé con qué fundamento, Castillo de Luna, y la ha hecho teatro de antiguas leyendas, en una de las cuales hace figurar a Bernardo el Carpio ciego y prisionero” (Revista ROTA, nº 8, 1 de agosto de 1919, p. 26) En la portada del número 5 de la expresada revista, correspondiente al 1 de agosto de 1916, aparece una vista del patio del castillo ya restaurado, con la leyenda “Patio del Castillo de Luna, propiedad del Sr. Marqués de San Marcial” al pie.
- [14] El 16 de diciembre de este año se dio lectura en sesión a un escrito del señor Carranza, participando a la Corporación Municipal roteña haber decidido, conjuntamente con su esposa, donar el histórico castillo de Luna al Ilustrísimo Ayuntamiento a excepción de la capilla, cuya plena propiedad se reservaban (Actas capitulares)
- [15] El 28 de julio de 1988 se aprobó en sesión plenaria la adquisición directa a doña María Alcántara Carranza de la antigua capilla anexa al castillo (Actas capitulares)
- [16] Respetando el criterio de la dirección técnica de la obra, no podemos menos que mostrar nuestro desacuerdo con la desaparición de estos elementos defensivos, abogando por su posible restitución.
Comentarios: El castillo de Luna - Entre la historia y la leyenda