Crónicas Ultralocales por José A. Martinez Ramos

 

SINTESIS DE LA HISTORIA DE LA VILLA DE ROTA[1]

PRESENTACION

Reza un antiguo dicho que los pueblos que carecen de historia son pueblos felices. Sobre la base de este aserto, bien pudiera decirse que nuestra villa ha sido uno de estos lugares privilegiados, tal vez porque sus vivencias históricas no han encontrado apenas eco entre las páginas de la historia a escala nacional.

Sin embargo, esta historia existe, y no faltan acontecimientos de esa Historia con mayúsculas en las que nuestra villa ha participado más o menos directamente, y cuya noticia nos ha sido vedada por diversas circunstancias, a las que no han sido ajenas la perdida de documentos debida a guerras e invasiones, cuando no al simple descuido y escaso interés de las personas y organismos encargados de su custodia.

A pesar de ello, no es menos cierto que las fuentes usuales de investigación a nuestro alcance, como son la documentación, la bibliografía y la arqueología nos permiten, si no conocer en detalle, esbozar al menos en sus líneas maestras una parte importante de la trayectoria histórica roteña hasta llegar a la época contemporánea, y más concretamente al siglo XVIII, a partir del cual la documentación, a pesar de sus inevitables lagunas, es mucho más abundante y rica en información.

LOS NOMBRES DE ROTA

Tampoco es menos cierto que el tema de las historias locales ha sido considerado durante mucho tiempo y hasta fechas recientes como un tema “devaluado” o de “segunda categoría”, debido en gran parte a los abusos de muchos cronistas locales, especialmente durante los siglos XV al XVII, que en su afán de engrandecer los orígenes y principios de sus patrias chicas y hacerlos más ilustres de los que la realidad consiente, mezclaban cosas fabulosas con verdaderas, forjando fundaciones mal concertadas y reinados fabulosos, fenómeno al que no fue ajeno nuestra villa, como podríamos comprobar fácilmente releyendo algunas revistas roteñas de principios del siglo XX, si bien el representante más significado de esta corriente fue en mi opinión fray Pedro de San Cecilio, mercedario granadino fallecido en Rota, y que vivió a mediados del siglo XVII, quien en su obra “Anales de la Orden de Nuestra Señora de la Merced", publicado en Barcelona en 1669 escribe:

 “No dudamos ser esta Villa de Rota desde su principio lugar ilustre y grande, aunque los tiempos han hecho de él la suerte que en otros que antiguamente lo fueron mucho. Por las señas que nos da Pausanias, conocemos que esta y no otra fue la celebrada ciudad de Tartessos. Indica también la opulencia de la antigua y celebrada ciudad de Tartessos el muelle que hoy en esta Villa persevera, a quien no han podido arruinar las injurias de tan larga carrera de siglos ni los horribles y casi constantes golpes con que el mar le combate.”

Fray Pedro dedico una parte de su obra, por lo demás muy extensa, a demostrar la identidad de nuestra villa con la mítica ciudad de Tartessos, mezclando para ello cuantas citas de autores clásicos pudo reunir, combinándolas de forma más o menos lógica de acuerdo con su propósito, labor en que fue, por lo demás, secundado por otros eruditos de la comarca, como se desprende de los comentarios de Bartolomé Gutiérrez y del padre Hierro:

"El Padre Jose del Hierro escribe en 1764 que la salida del Guadalquivir “está muy desfigurada de como la pintan los geógrafos antiguos Estrabon, Mela y Tolomeo, pues salía por dos bocas o brazos a la mar, dejando en medio una isla de cien estadios, y hoy está seco el brazo oriental que salía por Maina e iba a salir al mar por el oriente de Rota, fundada en las ruinas de la antigua Tartessos. De la isla ha comido mucha tierra el mar y muy dentro se ven ruinas”.

Bartolomé Domingo Gutiérrez, por su parte, nos habla en 1754 de Rota y los desemboques del brazo oriental del Betis, donde estuvo el Puerto Naval llamado Tartessos.

Ni que decir tiene que gran parte del esfuerzo de estos cronistas locales se plasmaba en el establecimiento de una etimología más o menos forzada para hacer coincidir los orígenes propuestos dentro de las pruebas más o menos ficticias, práctica por lo demás tan difundida que Julio Caro Baroja llego a decir que era raro encontrar en nuestra patria algún accidente geográfico cuyo nombre no se relacionase con algún rey o personaje más o menos fabuloso,  y desde luego, si quisiéramos hacer para nuestra villa un ejercicio de este tipo no nos faltarían elementos.

Bastaría con seguir al ya citado Bartolomé Gutiérrez, que en su “Historia de Jerez” afirma que fueron los griegos los que introdujeron en estas costas el vocablo “Astu”,  que significa ciudad, ya que, según afirma, llamaban así en su país a Atenas, y que uniéndole la terminación “Rojthos”, que significa rompiente, formaríamos fácilmente el nombre “Asturojthos”, es decir, “Astaroth”, con el que, según José Chocomeli era conocida nuestra villa en aquellos remotos tiempos[2].

Así pues, y como acabamos de ver, durante mucho tiempo, y salvo honrosas excepciones, una parte de las fuentes de información utilizadas por nuestros historiadores locales no eran sino tradiciones más o menos documentadas, sin duda venerables por su antigüedad, pero de escaso valor para nuestro propósito de hacer una historia seria y documentada.

ARQUEOLOGIA ROTEÑA

No es por ello de extrañar que para un lugar como nuestra villa, cuyos orígenes tartesios o romanos son proverbiales, aunque su soporte arqueológico sea más bien escaso, el descubrimiento en sus proximidades del yacimiento calcolítico-bronce de la Puntilla del Salado, cuyas cuevas artificiales hicieron escuela en los años 50 del pasado siglo XX, supusiese un respaldo material importante a las elucubraciones de nuestros historiadores locales. 

De estos testimonios, sin duda los más antiguos por su escasez y dispersión, presentan para nuestra villa y su entorno un horizonte cultural correspondiente a la llamada “cultura de los guijarros”, cuyo yacimiento más importante en la zona se halla en “El Aculadero” de El Puerto de Santa María, hallándose además muy extendido a lo largo de las costas del golfo de Cádiz, en las cuales se han recogido testimonios de industrias comparables en numerosos puntos entre Conil y Rota, así como en El Rompido, al oeste de Huelva.

EL CALCOLITICO EN ROTA

Seguidamente la secuencia arqueológica nos indica una brusca desaparición de estos asentamientos primitivos, atribuible a alteraciones climáticas, hasta el extremo de que no se encuentran vestigios arqueológicos hasta el Calcolítico o etapa inicial de la Edad de los Metales.

Este periodo histórico, caracterizado por el descubrimiento de la metalurgia del cobre, se halla caracterizado en nuestra villa por los enterramientos en cueva artificial de la Puntilla del Salado, consistentes en una cámara funeraria subterránea más o menos regular, a la que se accedía por medio de un pozo o corredor que posteriormente se rellenaba de piedras y tierra una vez cerrada la cámara descrita con una gran losa.

Junto a estas estructuras, cuyo descubrimiento en Rota en los años 50 del pasado siglo XX marco una tipología característica en la zona, se hallaron otras de diversa estructura, entre las que destacaremos los silos acampanados excavados en el subsuelo (de evidente origen calcolítico)  así como un cierto número de piezas de cerámica tosca hecha a mano, alguna de las cuales pueden contemplarse, junto a diversos utensilios de cobre o bronce procedentes de este mismo lugar,  en las vitrinas del Museo de Cádiz.

LA ROTA ROMANA

La tradición, más que la evidencia arqueológica, parece señalar el paso de los fenicios por nuestro suelo, si bien hemos de descender hasta la época romana para encontrar indicios suficientes de un asentamiento estable de cierta entidad en el término roteño, concretamente el situado en la referida “Puntilla del Salado”, ya sobre la costa, y en diversos alfares y una bodega de esta cultura localizados en los alrededores.       

También se halló a finales del siglo XIX (1880) vestigios muy interesantes de esta cultura en la zona del Balcón de las Almenas junto al mar, concretados en los restos de un mosaico que presentaba una decoración de rombos sobre una argamasa amarillenta, y cuyo paradero actual se desconoce siendo frecuente para esta etapa histórica que historiadores y cronistas bien intencionados nos planteen la adopción de nombres antiguos más o  menos acertados o posibles. De entre lo que yo me he sentido en mi caso inclinado por el de “Oleastrum”, no solo porque la posición relativa de este enclave dentro de las descripciones geográficas antiguas, Plinio y Mela, lo hacen factible, sino porque dicho nombre, ahora ignorado por la mayoría de los roteños, fue ya aceptado y recogido en diversos documentos como fue el caso del censo o matricula de la población roteña redactado en 1765 por orden de los titulares del señorío:

“Rota es un antiquísimo pueblo marítimo de la provincia que hoy se dice Andalucía, en la parte que en tiempos se llamó Turdetania, y con mas contracción, eran los Campos Tartesios.

Está situada en la costa del Océano sobre una punta, que forma a la siniestra una mediana ensenada, y que a la derecha tiene otra costa peñascosa y casi inaccesible hasta el Santuario de Nuestra Señora de Regla, colocado en otro cabo que en los tiempos de Pomponio Mela contenía un templo del paganismo dedicado a Juno, y denominase dicho cabo Promontorio de Juno.

Según los vestigios que nos dejaron los geógrafos antiguos, parece que Rota se nombraba en tiempos de los romanos Oleastro, porque el mismo autor coloca a este entre el Puerto de Menesteo, que es el de Santa María, y la Torre de Capion, que es Chipiona, y no hay otros rastros de población en esta distancia que los que conserva Rota.

Con más probabilidad se presume que Rota era la antiquísima ciudad de Tartessos, que denominó a la región, porque por los antiguos venimos en conocimiento de que esta ocupaba el frente de una isla, que según Estrabon formaba el rio Betis, hoy Guadalquivir, por un brazo que se separaba por su orilla siniestra cerca de Sanlúcar de Barrameda, y corría a desembocar en el mar por el sitio del Salado o Cañuelo, y este es puntualmente el lugar que hoy ocupa Rota”.

No fue este el único nombre con que a juicio de los eruditos antiguos fue conocida nuestra villa, sino que en opinión de sesudos tratadistas en este lugar se asentó el famoso “Oráculo de Menesteo”, del que fray Pedro de San Cecilio llego a decir que:

“Llamose este lugar Oráculo de Menesteo por haber este famoso capitán griego edificado allí un templo a alguno de sus falsos dioses o por haberle dado allí su sepultura. Esto último parece lo más cierto y se infiere de los que dice Filostrato.

Reconocese hoy algún inicio de ello en un pozo que habrá como dieciocho años se cegó para proseguir la obra de este convento. Era obra grande y magnifica, hecha sin duda por personas de mucho poder. Estaba primorosamente cavado en la peña viva, a menos de un tiro de piedra de la orilla del mar. Tenía de hondo poco menos de 10 estados (70 pies), y de circunferencia más de 40, con escalera arrimada a sus paredes de una vara de ancha, que dándole vueltas alrededor llegaba hasta el  mismo suelo, donde el agua cubría algunos de sus escalones. De aquí colegimos que aquel Oráculo estuvo donde hoy el convento, aunque de él no permanezcan otros vestigios.”[3]

Hasta qué extremo el indicado cegamiento supuso la desaparición completa del pozo no podemos hoy  pronunciarlo con certeza, a pesar de la rotunda afirmación del Padre San Cecilio, y es que por las líneas que a continuación transcribimos mucho nos sorprendería hubiese la comunidad mercedaria renunciado tan a la ligera a un vestigio histórico tan interesante, que debía sin duda actuar como un poderoso atractivo añadido para los devotos dentro del marco de la religiosidad popular de la época.

El mencionado texto fue publicado en 1768, es decir, casi un siglo después de los “Anales”, aunque sin duda su redactor, don Juan Antonio de Estrada, hizo amplio uso de noticias anteriores tomadas de otros autores, como el mismo reconoce en el prólogo de su obra. Dice así:

 “Tres leguas de Sanlúcar; dos de Nuestra Señora de Regla; una del Puerto y tres de Cádiz, a la entrada de su bahía, está la Villa de Rota, con 400 vecinos, puesta en la orilla del mar, con su castillo fortificado y artillería, con una culebrina de bronce y letras que dicen “Quien a mi rey ofendiere, tres leguas al mar me espere“. Tiene una parroquia, dos ermitas, y un convento de Mercedarios Descalzos, donde hay un pozo que llaman “Santo”, porque lavándose en el suele quitar las fiebres, y se baja por dos brocales de treinta y tres escalones.[4]

También trata del tema Rodrigo Caro en su “Principado de Sevilla”, 1634, diciendo:

“la Villa de Rota cae muy frontera a donde fue la isla de Tartesso, y pudo ser parte de ella porque hoy día se ve por cima de esta Villa una que llaman la Madre Vieja, por donde dicen camino antiguamente el rio Guadalquivir con uno de sus brazos con que desaguaba en la mar. Parecen por todo el mar vecino a Rota y Chipiona grandes peñascos, y es peligrosísimo para los navegantes. En todo el sitio que ocupaba esta isla y ciudad, y como una legua mar adentro se descubren tal vez edificios cubiertos del mar en sus crecientes, y allí junto, un gran peñasco en el que esta una cavidad muy grande que llaman vulgarmente la cuba de Rota por su forma, y porque cuando quiere llover mucho, suena en aquella parte un zumbido o tronido sordo, el cual se oye en más de quince leguas la tierra adentro de la misma manera que allí, que no porque Rota esta más vecina se oye este zumbido de otra manera”.

Este fenómeno natural, desaparecido en la actualidad tuvo también su influencia en nuestra heráldica local de la época, en cuya orla encontramos la leyenda “et vox tronitrui tui in rota” tomada del salmo 77, versículo 19, entonces 76.

ORIGENES MUSULMANES DE ROTA

Si hasta aquí nos hemos basado exclusivamente en testimonios arqueológicos, a partir de la dominación musulmana encontramos ya una serie de crónicas o escritos que nos permiten situar a nuestra villa dentro del contexto religioso-militar característico de la defensa costera en el sur peninsular, y de los que solo podemos lamentar el escaso interés prestado por sus autores a los aspectos urbanísticos en beneficio de detalles pintorescos o simplemente curiosos.

Así, a partir ya del siglo IX las primeras crónicas hispano-musulmanas comienzan a hablar, no sólo de la existencia de una flota, especialmente a raíz de las invasiones normandas, sino de la existencia de una serie de fortificaciones en las áreas costeras más expuestas a posibles ataques enemigos. De este modo, y dentro de la red de torres-vigía y atalayas que salpicaban nuestra geografía encontramos el lugar de Rota, al cual, dice la crónica “acostumbran a ir en peregrinación los santos que hacen vida eremítica”.

En este lugar, siglo XII según al-Zuhri:

“existe una gran rábita, sobre la que dijo el alfaquí Abr Muhammad al-Malik ibn Habib (que) a quien se hace morabito en ella y practica el ayuno le son perdonadas sus faltas durante 60 años”[5]

Al-Himyari, por su parte, añade:

“Al sudoeste de Jerez, a una distancia de seis millas, se encuentra a orillas del mar la fortaleza de Rota. Es un lugar de Ribat donde van a vivir gentes de vida ascética. Acuden allí de todas las regiones.

En Rota hay un pozo con el fondo de guijarros cuya agua es incomparable. Es un pozo de construcción antigua, que data de la antigüedad. Se puede descender hasta el nivel del agua para subirla. Siempre que hay gente en Rota y se reúnen allí en riba, el nivel del pozo sube y el agua aumenta de tal forma que se puede sacar con la mano simplemente a la altura del suelo de alrededor y sin ningún esfuerzo. Cuando los visitantes se van y ya no queda mucha gente, el agua baja a un nivel tal que hace falta toda la cuerda del cubo para alcanzar el agua”.[6]

Una descripción anónima de la cora de Sidonia, datable a finales el siglo XIX nos informa que dicha cora:

“Cuenta con aldeas, ciudades y castillos numerosos, uno de los cuales es Rota, gran fortaleza sobre el mar situada a ocho millas de Jerez. En el existe un pozo de muy remota construcción que tiene una escalera por la que se puede bajar a pie o a caballo desde su comienzo hasta el último peldaño, a cuyo nivel se encuentra el agua. Conforme aumenta el número de habitantes del castillo el agua asciende peldaño a peldaño hasta llegar incluso al superior, donde puede cogerla con la mano quien lo desee, por el contrario, si disminuye el número de pobladores, el nivel del agua desciende peldaño a peldaño.”[7]

Por último, y ya para cerrar el capítulo de la Rota musulmana, citar la visita al ribat roteño del místico ibn Arabí de Murcia en 1197, dejándonos la siguiente descripción:

“Entré, pues, en la mezquita principal e hice dos reverencias litúrgicas. Aquella mezquita es un santuario muy devoto, al cual concurren las gentes piadosas que aspiran a la santidad. Es además hermoso convento o rápita, que tiene fama de ser lugar de bendición”.[8]

Tras la derrota de las Navas de Tolosa en 1212, la Andalucía almohade entra en una profunda crisis que va a permitir que Fernando III de Castilla inicie a partir de 1224 una serie de campañas que culminaran con la toma de Sevilla en 1248, y que conducirán en los meses siguientes al sometimiento de la comarca del Guadalete en virtud de pactos que garantizaban una amplia autonomía a los musulmanes, produciéndose así, según la crónica, la ocupación de Jerez, Medina Sidonia, Alcalá de los Gazules, Vejar, Santa María del Puerto, Cádiz, Arcos, Lebrija, Rota y Trebujena, siendo de destacar en esta relación como nuestra villa aparece en pie de igualdad con otros lugares de importancia.

No obstante, tras el fallecimiento de Fernando III en 1252 la situación no tardó en deteriorarse, primeramente por la rebelión del reyezuelo jerezano Aben Obed, que no se consideró obligado a mantener con su hijo y sucesor Alfonso X los pactos suscritos con el rey difunto, lo que obligó a la toma de la ciudad en 1253, tras lo cual recibe una guarnición cristiana, como a la revisión de la política repobladora mantenida por los castellanos. Sin embargo, la dependencia de Castilla de la villa roteña en este periodo, dotada como se hallaba de una guarnición escasa, era prácticamente nominal, ya que la población musulmana seguía habitando villa y campo con pleno respeto de su identidad cultural y religiosa en los mismos términos pactados con el rey difunto.

Este equilibrio acabo rompiéndose tras la ocupación castellana de Cádiz, y el subsiguiente alzamiento mudéjar cuyo resultado más inmediato, en lo que toca a nuestra villa, fue que la guarnición fue pasada a cuchillo, sufriendo la tarea repobladora un colapso total del que no volvería a recuperarse hasta la total reconquista de la zona. Ni que decir tiene que la reacción castellana fue fulminante, y que tras la toma de Jerez en 1264, se restableció la situación anterior, con la salvedad de que los mudéjares a quienes anteriormente se había permitido conservar casas y haciendas fueron ahora totalmente expulsados. A partir de este momento la repoblación de nuestra zona geográfica se hizo mediante repartimientos, consistentes en la distribución de las casas y tierras de los lugares conquistados entre los que habían tomado parte en su ocupación, siempre de acuerdo con su posición social y sus méritos respectivos.

Sin embargo, pronto surgieron los problemas derivados de la dificultad del propio asentamiento y de las mismas operaciones militares y de sus consecuencias negativas en tierras y edificios, ya que era frecuente encontrar las arboledas arrancadas, los molinos destrozados y las casas destruidas o arruinadas. Por si esto fuera poco, la situación de frontera de estos territorios los convertía en objetivo de las frecuentes  razzias musulmanas que hacían muy difícil la vida debido a la gran inseguridad reinante. De esta época, sin embargo, tenemos algunas noticias recogidas por el Padre Concepción en su Emporio del Orbe, en la que se hacen alusión a la existencia en nuestra villa de al menos dos alcaldes, que habían de ser refrendados por los de Cádiz, y de un alguacil.[9] 

Según la crónica, la primera crisis se produjo en 1285 con la llegada de los benimerines:

“Paso el emir de los musulmanes Abu Yusuf a al-Andalus por cuarta vez el jueves 12 de abril de 1285. [...] El 3 de mayo cabalgo el emir de los musulmanes con todos los suyos, y formándose ante las puertas de Jerez [...] envió a sus visires a explorar los castillos de Alcanatir y de Rota. Cabalgaron con cincuenta caballos, rodearon sus muros por todas partes, y se apercibieron de la debilidad de los cristianos que los ocupaban. El domingo 13 de mayo cabalgo también el emir de los musulmanes contra Jerez. (...) Este día salió Ali ben Adjani al Anidji con 70 caballos de su tribu contra Rota, la razzio, mato a cierto número de cristianos, y volvió al campamento con la presa” [10].

LA ALMADRABA

Si bien se le supone un origen musulmán, la primera noticia documentada de la almadraba roteña se remonta al año 1285, según parece de la carta real dada en Sevilla el 6 de septiembre, por la que Sancho IV hacia merced al Concejo de Rota de la almadraba que había en su término para que emplease sus rentas en vigías, escuchas y atalayas[11]. Lo cierto es que cuando en 1297 Fernando IV concede a Guzmán el Bueno bajo privilegio los términos de Sanlúcar, Rota, Chipiona y Trebujena, nuestra localidad se hallaba prácticamente despoblada, iniciándose a partir de aquí el dominio señorial sobre nuestra villa que se prolongara hasta la extinción de los señoríos en 1823.

EL RÉGIMEN SEÑORIAL

El pase de Rota al régimen señorial fue de gran importancia para la historia roteña, por cuanto suponía de hecho el reconocimiento por parte de la corona castellana de su incapacidad material de llevar a cabo la repoblación y defensa de su término, circunstancia que podemos hacer extensiva al resto de la zona del Guadalete y a otros muchos lugares de nuestra Andalucía. Por ello contrata, por así decirlo, con Alonso Pérez de Guzmán dicha repoblación a cambio de ciertos beneficios, al tiempo que le concede dichos términos como recompensa por los fieles servicios prestados a la corona, y, en especial, por la gloriosa defensa que había hecho de la plaza de Tarifa, donde perdió un hijo.[12]

Recién iniciado el siglo XIV se incorpora la villa a las posesiones territoriales de los Ponce de León, como dote de boda de doña Isabel de Guzmán, hija de Guzmán el Bueno, que en 1303 casa con Fernán Pérez Ponce, cabeza del futuro linaje de los duques de Arcos, bajo cuyo dominio permanecerá hasta finales del siglo XVIII, pasando en 1780 al extinguirse la línea sucesoria directa de dicha casa a la de Osuna, en cuyas manos permaneció hasta la extinción de los señoríos.

A decir verdad, hasta bien entrado el siglo XVIII no es mucho lo que se sabe sobre el desarrollo de la historia local roteña posterior a la instauración del régimen señorial, siendo difícil paliar esta carencia debido a la falta de documentación.

No obstante, gracias a las crónicas de localidades próximas a la nuestra y de la documentación procedente del Archivo Parroquial de Nuestra Señora de la O y de la sección Nobleza del Archivo Histórico Nacional, poseemos algunos datos que nos permiten suponer que el devenir histórico de nuestra villa debió ser paralelo al de otros lugares próximos, y muy especialmente al de Cádiz.

Así, sabemos que en 1349 el rey Alfonso XI confirmó a don Pedro Ponce de León, hijo de don Fernán Pérez Ponce la posesión de esta villa de Rota por juro de heredad, con todos sus términos, pastos y pertenencias, que de derecho había de haber en cualquier manera, con todo el señorío real, la justicia, la escribanía, las alcabalas, y los otros derechos y rentas reales, para sí y sus herederos y sucesores, salvo moneda forera, minas de oro, plata u otros metales, y la mayoría de la justicia.[13]

Asimismo sabemos que las relaciones comerciales del puerto roteño con el norte de África databan ya de antiguo, y que siguieron desarrollándose hasta su definitiva centralización en Cádiz a partir de 1493, si bien no parece que los armadores roteños hiciesen gran caso de esta circunstancia según se desprende de las diversas cartas reales reiterando dicha prohibición.[14]

Además conocemos por Bartolomé Gutiérrez y Esteban Rallón (cronistas jerezanos que utilizan documentos del archivo jerezano) de la visita de los Reyes Católicos  entre el 6 y el 7 de octubre de 1477, que bajaron a Andalucía para apaciguar las interminables luchas entre el duque de Medina Sidonia y el marqués de Cádiz y señor de Rota, don Rodrigo Ponce de León, uno de cuyos episodios fue la toma de Rota por los partidarios del duque de Medina con la ayuda de don Manuel Ponce de León, hermano de don Rodrigo, siendo recibidos en esta villa por el marqués como cumplía a su honra, y mandó hacer sala a todos los que iban con los reyes los dos días que estuvieron en la villa, y les hizo varios torneos a caballo con los caballeros de Jerez, lidiándose seis toros. Tras su estancia en Rota, los Reyes Católicos siguieron viaje a Jerez.[15]

También que a lo largo del siglo XVI menudearon los ataques de los piratas berberiscos, que ayudados por los turcos, hostigaron las costas gaditanas realizando algunos ataques sobre nuestras playas, de los que se tiene constancia al menos de tres; uno en 1559[16] en que quemaron la galera del Capitán General de las galeras mientras invernaba en Rota, y otros en 1562 y 1572, en el último de los cuales falleció el artillero Sobano, muy apreciado por los duques, según los datos aportados por el Archivo Parroquial.[17] Estos ataques sucesivos determinaron la fortificación de villa y castillo, así como la instalación en nuestras costas de torres de vigilancia y diversas baterías, entre las que destaca la famosa culebrina.

De esta y de nuestra villa poseemos ya para la época algunas descripciones, tales como las proporcionadas por Bravo de Laguna en 1577 y Agustín de Horozco en 1589. Según la primera de ellas:

“Rota era un lugar cercado de muralla antigua; tendría por entonces lo cercado hasta 250 vecinos, y tenía un arrabal de hasta 300 vecinos, y estaba un pedazo de muralla caído hacia la parte de levante, aunque estaba en harta defensa por estar sobre el mar y derredor de muchos bajíos. Tenía a la parte del mediodía una muralla con su terrapleno, que era bastante para sufrir una gran batería; tenía el duque en ella una pieza de artillería muy buena, que se hacía tirar cuando había fustas en la parte de Sanlúcar, sirviendo de aviso para el Puerto de Santa María, Cádiz y Puerto Real, que la pieza era tal que de todas partes se oía. Tenía además dos piezas por la muralla, y en una torre del castillo había otras dos piezas pequeñas, y por su muralla doce versos o verracos de bronce muy buenos”.[18]

Agustín de Horozco, por su parte, nos ofrece la descripción siguiente:

“Ya queda dicho que la Villa de Rota dista de Cádiz como dos leguas y media a la parte del poniente, en aquella parte que dicen estaba el cabo Cronion que también se dijo de Saturno. Son estas dos leguas y media que hay de Cádiz a Rota navegando por el mar y bahía.

Ninguna muestra de población antigua hay en esta Villa, ni aun de la madre y vertiente al mar que cerca de ella dicen tenía un brazo del Guadalquivir, que desembocaba al mar entre esta Villa y el Puerto de Santa María, trayendo su corriente desde más arriba de la villa de Lebrija, en la parte que son las Horcadas, dividiéndose Guadalquivir en dos brazos, éste que llaman oriental, y el que entra por Sanlúcar occidental, haciendo isla todo lo que había entre estas dos corrientes y brazos, en cuyo sitio se cuenta haber habido y que pasaron muchas cosas los del Puerto de Menesteo y los de Tartesia con varias gentes que acudía a la estación de un famoso templo que allí veneraban.

El sitio de esta Villa de Rota es llano; parte de él está cercado, y tiene una mediana fortaleza. Por el oriente fenecen sus últimas casas, y por el mediodía, sobre la playa del mar, y hacerse una ensenada y razonable portezuelo en la parte que mira a Cádiz, que le fuera muy provechoso al lugar si no hubieran dejado perder un buen muelle de piedra que le hacía abrigo hacia el vendaval, el cual se va ya desbaratando todo, y por eso perdiéndose el portezuelo, que era de mucho albergue a los barcos cuando hay tormenta o moros en la costa.

Tiene Rota muy buen término y tierras en que coge pan lo que le basta, y aun le sobra; vino en abundancia, con grande cantidad de pasas de lexía de que se proveen los de Flandes, Francia, e Inglaterra. Hortalizas y semillas tiene muchas y muy buenas, y los melones de más fama que hay en toda la comarca, de todo lo cual es Cádiz proveído y muy regalado.

Hay solamente una iglesia parroquial de bonísima fabrica y grandor, con un gentil retablo, rica y muy servida de ornamentos, plata y cosas necesarias.

Tiene un convento de monjas de la Concepción de Nuestra Señora, pequeño y de mucha pobreza. La almadraba que tiene está de ella una pequeña legua en la costa que le cae al poniente. Es de poca pesquería. De ella y de Rota es señor del duque de Arcos.”[19]

Posteriormente, las incursiones de los piratas fueron sustituidas en el siglo XVII por las de los ingleses en 1596, 1625 y 1635, ataques que nuestra villa vivió de forma indirecta, hasta que entre el 26 de agosto y el 27 de septiembre de 1702 se va a convertir en el centro de operaciones de las tropas anglo-holandesas que invadieron estas costas con motivo de la guerra de Sucesión tras la muerte de Carlos II.[20]

Tampoco en esta época faltaron en nuestra villa calamidades públicas, como la prologada sequia de 1605[21], cuyos estragos se dejaron sentir en casi toda España, o la plaga de langosta que azotó la comarca en 1667 con sus secuelas de carestía y hambre.[22]

En noviembre de 1522 se declaró la peste en nuestra villa, plaga que se repitió en 1569. En 1680 una gran epidemia acompañada de escasez de trigo causo estragos entre la población, en tanto las mencionadas incursiones de piratas y otros enemigos mantenían en jaque a la población, lo que dio lugar a que el rey Carlos II concediese en 1687 a los roteños y a la vecina Chipiona el privilegio de exención del pago de utensilio y de libertad de tránsito de tropas y sus alojamientos[23], privilegio que vemos derogado ya en el siglo XVIII.

Se inicia, pues, este siglo XVIII con la invasión anglo-holandesa de 1702, uno de cuyos testimonios más fidedignos y expresivos  se encuentra recogido en los archivos parroquiales y que, resumiendo, podemos decir que las tropas anglo-holandesas desembarcaron en un punto intermedio entre Rota y El Puerto de Santa María, apoderándose seguidamente de nuestra villa, cuyo muelle utilizaron para el posterior desembarco del grueso de las tropas.

El día 2 de setiembre salieron en dirección a El Puerto, donde entraron sin encontrar resistencia, saqueando y robando cuanto encontraron a su paso. Tras cruzar el Guadalete y tomar Puerto Real, su avance fue detenido por el castillo de la Matagorda, al que pusieron sitio infructuosamente durante veinte días, al cabo de los cuales, en vista de su resistencia y de las numerosas bajas que les causaban las galeras y demás embarcaciones refugiadas en los caños de las marismas, se retiraron hacia El Puerto, donde permanecieron hasta el día 24 en que se retiraron hacia nuestra villa para embarcarse, como en efecto hicieron a partir del 27, dejando la villa saqueada de todo cuanto pudieron encontrar, llevándose de paso la culebrina.

Las consecuencias de este suceso fueron desastrosas para todos los lugares afectados, tanto en lo económico como en lo demográfico, aunque no fueron únicas, si consideramos la pertinaz sequía que azoto a la comarca entre los años 1708 y 1709.

Afortunadamente, y tras la firma de la paz en 1714, la zona de la bahía va a conocer una etapa de crecimiento sin precedentes en todos los sentidos a raíz del traslado de la Casa de la Contratación a Cádiz en 1717, circunstancia del que se beneficiaron todas las poblaciones de la zona, que experimentaron un gran auge urbanístico y económico, al que no fue ajeno el fenómeno del contrabando, cuyos mecanismos, muy simples en apariencia, nos son bien conocidos.

Mientras tanto, el casco urbano roteño se iba desarrollando lentamente. A finales de 1749 se inicia la construcción de la calle del Calvario mediante concesiones que hacia el Ayuntamiento a los vecinos que querían edificar, a condición de que no hiciesen chozas y dejasen paso a las viñas colindantes. Con la formación de esta calle a mediados del siglo XVIII alcanza en la práctica nuestro casco urbano los límites conocidos hasta bien entrado el siglo XX.

En este siglo XVIII es también importante porque por estos años, y más concretamente en 1742 se inicia la serie de libros capitulares de nuestro Archivo Municipal, con lo cual nuestro conocimiento de la historia local se enriquece en gran medida, no obstante las limitaciones e inevitables lagunas de dichas fuentes,  gracias a las que podemos seguir las incidencias de la epidemia de fiebre amarilla que afecto a nuestra villa en el año 1800, o los graves acontecimientos derivados de la invasión francesa entre febrero de 1810 y agosto de 1812, así como los sucesos del Movimiento Cantonal de 1873. 

Según el Padrón de 1775[24], la población de Rota estaba formada por seis mil quinientas personas, de las cuales mil ochocientos treinta vecinos, mil doscientos treinta mujeres casadas, tres mil ciento ochenta y cinco hijos, ciento cuarenta y tres parientes y ciento once sirvientes. Por profesiones u ocupaciones sobresalen con mucho los setecientos setenta y nueve jornaleros del campo, cuyo número equivale al 43,27% del censo, cifra que contrasta con los cincuenta y tres labradores por cuenta propia y los sólo cuatro hacendados particulares censados.

A bastante distancia le siguen los ciento cuarenta y ocho matriculados del mar, con un 8,22% del censo, en tanto que los que se declaran como cazadores y pescadores son sólo siete vecinos. El resto del censo lo componen profesiones diversas, eclesiásticos, viudas y pobres, de entre los que podemos destacar las viudas, cuyo número era de doscientos setenta y cuatro, y cuarenta y tres pobres e impedidos. De entre los primeros destacar catorce maestros de primeras letras, siete de niñas y siete de niños, siete médicos y cirujanos, diecisiete panaderos, dieciséis barberos,  treinta y cinco maestros de obras, veinte tenderos de comestibles, cinco carniceros y doce aguadores censados, en tanto el número de sepultureros, que traemos aquí como detalle anecdótico, era de dos. En cuanto a los eclesiásticos, su número era de cuarenta y siete, veinticuatro regulares mercedarios y veintitrés seculares.

Asimismo, según la Matricula de 1765[25]:

“Rota dista de Cádiz el espacio de tres leguas de mar, que son la entrada de su famosa bahía; del Puerto de Santa María, dos leguas cortas; tres de Jerez de la Frontera, y más de tres de Sanlúcar de Barrameda.

Por todas consideraciones, es un pueblo de admirable proporción para el comercio y negociación, y si sus términos fueran de mayor extensión y de mejor calidad, pocas le excederían en la comodidad para la buena salida de sus frutos, y agregándose a esto la inclinación de sus naturales al trabajo y a la navegación, podría todo haber contribuido para hacerla una población muy florida y pujante.

Su vecindario se compone de una parte de gente dedicada al cultivo de las tierras: labradores, hortelanos y fruteros, que realmente tienen aprovechado todo el terreno que puede ser útil y lo benefician con aplicación, porque el bueno y pronto despacho que tienen sus frutos en Cádiz los alienta a dedicarse a la labor de sus haciendas. Otra parte se compone de negociantes, navegantes a Indias, barqueros y pescadores, y las personas de los oficios menestrales, y unos y otros componen como mil y seiscientos vecinos.

Tiene una iglesia parroquial con advocación de Nuestra Señora de la O, bien adornada y decentemente servida. Su clero consta de un Vicario Eclesiástico con su Audiencia, doce curas, dos beneficiados y treinta clérigos de todos grados.

El cabildo secular se forma de un Gobernador y Capitán a Guerra, dos Alcaldes Ordinarios, ocho regidores, un alguacil mayor, dos jurados, y dos escribanos, con los demás oficiales y subalternos correspondientes.

Fue Rota del dominio de la Excelentísima Casa de Medina Sidonia, y unida con la de Chipiona, paso a la Excelentísima Casa de Arcos en el año de 1303, llevándolas en dote la señora doña Isabel de Guzmán al matrimonio que contrajo en el mismo año con el señor don Fernán Pérez Ponce de León, señor de Bornos y después señor de Marchena, y se conserva hoy en el dicho dominio de esta Excelentísima Casa después de 462 años, y dure por muchos siglos.

Su castillo es un cuadro con cinco torres de grande fortaleza, por ser todo de roca del mar, de murallas muy dobles y bien conservadas, pero todo de antigua fábrica y de poca resistencia para las actuales máquinas bélicas, por lo que en la invasión de los ingleses del año 1702 se apoderaron de todo con suma facilidad, y los efectos de su progresión, que fueron lamentables, la tuvieron muy decaída por espacio de algunos años.

Toda su defensa se reduce hoy a una plataforma con dos cañones montados y otra con algunos inútiles.

Además de la Iglesia Parroquial, tiene un convento-colegio de Padres Mercedarios Descalzos donde se da escuela de gramática al pueblo, y se compone de treinta religiosos ocupados en lo espiritual.

Hay también cuatro ermitas, en una de las cuales se ejercita la hospitalidad y asistencia de enfermos pobres, y en otra esta la hermandad de la Santa Caridad, y todas se ejercitan en varias obras pías.

En lo que toca a jurisdicción ordinaria, está Rota sujeta a la Chancillería de Granada. En orden a negocios de Intendencia, pende del Asistente de Sevilla. Por lo respectivo a guerra, recibe las órdenes de la Capitanía General del Puerto de Santa María.

En lo tocante a Rentas Provinciales y negocios de ordenanza de yeguas, tiene la superioridad el Gobernador de Sanlúcar. Para el servicio de milicias y ocurrencias de posta, recurre al Corregidor de Jerez de la Frontera, y en lo eclesiástico, al Ordinario de Sevilla, y la concurrencia de tantas jurisdicciones es bien molesta a los jueces que gobiernan, y más que todas, la superioridad de Marina, que exenta mucha parte del vecindario y ocasiona frecuentes embarazos.

Supuesta esta noticia general de Rota, se pasa a dar la particular e individual de su vecindario", que lógicamente omitimos”.

Las luchas internas que desgarraron nuestra patria durante gran parte del siglo XIX repercutieron de forma negativa en nuestra villa. Se inicia el siglo con la terrible epidemia de fiebre amarilla del año 1800, iniciada en Cádiz, que azotó toda la comarca llegado hasta Sevilla, seguida en 1810 por la invasión francesa a la que hemos hecho referencia.

En 1821 una gran sequía hace nuevamente sentir sus efectos. El cólera causa estragos entre la población en 1834, las leyes desamortizadoras del gaditano Mendizábal suponen la exclaustración y subsiguiente abandono del convento de mercedarios en 1836. Y las intrigas políticas culminan en 1873 con una declaración de independencia de nuestra villa, curioso episodio que no tuvo apenas consecuencias, dada su brevedad, ya que solo duró del 22 de julio al 3 de agosto. 

Entretanto, el 3 de mayo de 1823 fueron abolidos con carácter general todos los señoríos de la nación, extinguiéndose así el dominio jurisdiccional que durante más de cinco siglos habían ejercido sobre nuestra villa los duques de Arcos y Osuna, lo cual no parece que ello supusiese un cambio radical para Rota, cuya dependencia paso de ser política a económica.

Hasta bien entrado el siglo XX, el cultivo del campo seguía siendo, junto con la pesca, la principal ocupación de los roteños, panorama que se verá alterado profundamente tras el paréntesis de la guerra civil, por la instalación en nuestro término municipal de la Base Naval a partir de 1955.

Este hecho marca el inicio de una época radicalmente diferente en el devenir roteño, caracterizada por el rápido abandono de las actividades productivas tradicionales. Como primera consecuencia, la Base supuso la expropiación de las de quinientas parcelas, con una superficie global aproximada de 2.274 hectáreas.

Por otra, la construcción de las instalaciones atrajo gran cantidad de mano de obra foránea con necesidades perentorias a cubrir, lo que dio lugar a que muchos de aquellos roteños que no participaban directamente en las obras se apresuraran, en la medida de sus posibilidades, a montar toda suerte de negocios destinados a satisfacer las necesidades de esta riada humana.

La consecuencia más visible de todo este proceso fue el gran y caótico desarrollo del casco urbano roteño de la época, carente del más elemental tipo de planificación, especialmente de cara al futuro, por cuanto lo importante era el beneficio inmediato, dejando de lado las labores agrícolas y pesqueras que hasta aquel momento habían constituido las únicas fuentes de riqueza de la villa.

La evolución del desarrollo urbano fue paralela a la demográfica. Así, si hasta finales de la primera mitad del siglo XX apenas se modifican los limites alcanzados en la anterior centuria, a partir de 1955 la expansión urbana fue muy notable. Barriadas enteras, como la del Molino son, propiciadas por la fiebre parceladora de estos años y la abundancia de dinero aportado por la Base, levantadas desde sus cimientos, en tanto en otras zonas se van rellenando los huecos, creándose nuevas calles. Por su parte el antiguo casco urbano va también remodelándose, aunque en mucha menor medida, debido en parte a la escasez de solares y a su elevado coste. Se trataban en general de pequeñas demoliciones o reparaciones que poco a poco han venido restando carácter al conjunto urbano, fenómeno compensado en cierta medida por la restauración de edificios notables, como la Parroquia Mayor, la Torre del Convento, la Casa de la Cilla o, ya más recientemente, el Castillo de Luna, cuya puesta en valor contribuye a realzar el caserío roteño.

Por último, señalar la profunda crisis económica en que se halla sumida nuestra villa tras la reducción de empleo que durante los últimos años se viene experimentando en la Base Naval, no obstante las perspectivas de recuperación que parecen ofrecerse en la recreación de aquellas fuentes de riqueza que en otros tiempos fueron tradicionales en nuestro pueblo, como son el campo y el mar, aunque desde nuevas perspectivas, y sobre todo, del turismo, que hoy por hoy parece ser la única salida factible a esta crisis.


  • [1] Texto de la Conferencia sobre historia de Rota pronunciada ante la Asociación de Damas del Casino Roteño en el salón de actos de la Fundación Alcalde Zoilo Ruiz-Mateos el 9 de marzo de 2005.
  • [2] En busca de Tartessos, 1949. Lo justifica por la legendaria existencia de un peñasco o islote frente a nuestra población, y en él una gran cavidad llamada la “Cuba de Rota”, noticia que toma de Rodrigo Caro,  de donde “Asta-roth” de Asta-rojthos = La ciudad del Rompiente.
  • [3] Según los Anales de la Orden de Nuestra Señora de la Merced, de fray Pedro de San Cecilio, hasta mediados del siglo XVII existió delante de la iglesia del convento de la Merced un pozo de características semejantes al descrito, que según este autor se cegó para proseguir la obra de la citada iglesia.
  • [4] Estrada, J. A. de, Población General de España, vol. 1, p. 441.
  • [5]Al-Zurhi (m. d. 1154) Kitab al-Yu’rafiya, traducción de D. Bramon, El mundo en el siglo XII. Estudio de la versión castellana y del “original” árabe de una Geograf1a Universal: el Tratado de al-Zuhri, Barcelona 1991, p. 157-161, recopilado por Juan Abellan Pérez, El Cádiz islámico a través de sus textos, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cádiz, p. 51-52. Al-Malik ben Habib falleció en el año 835, lo que permite datar la existencia del riba roteño en torno a principios del siglo IX o incluso antes.
  • [6] Al-Himyari, Kitab ar-Rawd al Mi’tar, traducción de M. Pilar Maestro González, Valencia 1963, p. 211-212,  recopilado por Juan Abellan Pérez, El Cádiz islámico a través de sus textos, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cádiz, p. 78-79.
  • [7] Dikr bilad al-Andalus (segunda mitad del siglo XIV o XV) edición y traducción de L. Molina Una descripción anónima de al-Andalus, Madrid 1983, II, 70-73, recopilado por Juan Abellan Pérez, El Cádiz islámico a través de sus textos, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cádiz, p. 86.
  • [8] Torres Balbas, L. Rabitas hispanomusulmanas, en “Al-Andalus”, vol. XIII, 1948, p. 475-491.
  • [9] De la Concepción, fray J, Emporio del Orbe, Universidad de Cádiz y Excmo. Ayuntamiento, Cádiz 2002, p 22-23
  • [10] Según la crónica musulmana de Ibn Abi-Zar Rawd al-Quirtas, traducida por A. Huici Miranda y recopilada por Juan Abellan Pérez, El Cádiz islámico a través de sus textos, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cádiz, p. 143-147.
  • [11] Sección Nobleza del Archivo Histórico Nacional, Osuna, leg. 183-1 y sig.
  • [12] Don Alonso hizo en esta tierra que le dio el rey tres castillos en cierto sitio donde pareció en otro tiempo haber habido población. El uno se llamaba y llama Rota, que está sobre la mar Océano, poco más de dos leguas de la isla de Cádiz, y por las señales y cimientos antiguos mostraba haber sido de no pequeña población (Pedro de Medina, Crónica de los duques de Medina Sidonia, en “Colección de documentos inéditos para la historia de España”, v. 39, p. 106) 
  • [13] Sección Nobleza del Archivo Histórico Nacional, Osuna, leg. 183, doc. 3.
  • [14] Romeu de Armas, A. Cádiz, metrópoli del comercio con África en los siglos XV y XVI. Ediciones de la Caja de Ahorros de Cádiz nº 17, Madrid 1976.
  • [15] Gutiérrez, B. Historia y anales de la M. N. y M. L. ciudad de Jerez de la Frontera, v. 1, p. 110. Edición facsímil del Ayuntamiento de Jerez. Rallon, fray E. Historia de la ciudad de Jerez de la Frontera, Universidad de Cádiz y Ayuntamiento de Jerez, Cádiz 1998.
  • [16] Rallon, fray E. Historia de la ciudad de Jerez de la Frontera, v. 3, p. 139-41.
  • [17] Archivo parroquial de N. S de la O, bautismos, l. 5, f. 139v.
  • [18] Sancho, H. El viaje de Luis Bravo de Laguna y su proyecto de fortificación de las costas occidentales de Andaluc1a, de Gibraltar a Ayamonte, Archivo de Estudios Africanos, 1957, p. 71.
  • [19] Horozco, A. Historia de Cádiz, Universidad de Cádiz y Excmo. Ayuntamiento, Cádiz 2001, p. 153-54.
  • [20] Díaz Cano Carrillo de los Ríos, F. Sucesos de Rota en el desembarco que hicieron las armadas de Inglaterra y Holanda, sábado 26 de agosto de 1702, en Cano, fray Pedro. “Díaz Cano vindicado”.  Edición facsímil de la Fundación Alcalde Zoilo Ruiz-Mateos.
  • [21] Gillamas y Galiano, F. Historia de Sanlúcar de Barrameda, Madrid 1858, f. 265.
  • [22] Archivo Histórico Nacional, Clero, Papeles del Convento de la Merced.
  • [23] Sección Nobleza del A. H. N., Osuna, libro 12, p. 91.
  • [24] Sección Nobleza del A. H. N., leg. 1633, exp. 114.
  • [25] Id. exp. 112.

 

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